La Real Academia de San Carlos

En 1778 Jerónimo Antonio Gil fue enviado a México por Carlos III como tallador mayor de la Real Casa de Moneda con la misión de establecer una escuela de dibujo y grabado para mejorar el diseño y producción de las monedas acuñadas en la Nueva España. La empresa no quedó ahí y Gil promovió la creación de una institución que siguiera el modelo de la Academia de San Fernando de Madrid.

Fachada de la Academia como luce actualmente

La autorización real se dio el 4 de noviembre de 1781 –día del cumpleaños del monarca– y así se fundó la Real Academia de las Tres Nobles Artes de San Carlos, la primera de su tipo establecida en el continente americano. Finalmente en 1785 fue inaugurada por Real Cédula, bajo el amparo de San Carlos Borromeo –patrono de la banca– del cual y en honor al rey obtiene su nombre.

“Era de dictamen […] que en mi glorioso reinado erigiese en México la Real Academia de las Artes con el Título de San Carlos de Nueva España, bajo mi inmediata real protección; que para la dirección y enseñanza de los discípulos se la remitan de estos reinos los profesores, instrumentos, libros, modelos y dibujos pedidos por la Junta preparatoria […] en atención a todo, y en prueba del paternal amor con que solicito a mis vasallos de aquellos reinos cuantos alivios, ventajas y beneficios son posibles, por mi Real Orden”.

Como representante del rey en sus colonias, el virrey, fue designado como la autoridad máxima que en su nombre cuidaría y gobernaría la Academia. La junta estaba constituida por un presidente, consiliarios, un secretario, académicos de honor, un director general, dos directores de pintura, dos de escultura, dos de arquitectura, dos de matemáticas, dos de grabado, tres tenientes y los académicos de mérito y académicos supernumerarios. Todos y cada uno de los puestos, obviamente, debían se del real agrado de su majestad solo si este los consideraba dignos podían obtener el cargo.

Carlos III

El rey era incluyente y la Academia estaba abierta a quien deseara ingresar en ella, se podía estudiar cualquiera de las tres nobles artes o elegir solamente las clases de grabado y/o dibujo con el objetivo de adquirir destreza que fuera útil en la perfección de cualquier oficio fuera de la institución. Para matriculase el alumno solo debía presentar un documento con su edad, nombre de sus padres, lugar de nacimiento, domicilio e indicar el arte por la que se inclinaba.

Además, según consta en los reales estatutos, el rey en su magnanimidad, ordenaba que se otorgaran becas a aquellos estudiantes destacados cuya condición económica no les permitiera continuar con su estudio “para que no se malogren muchos jóvenes de talento, que abandonan el estudio de las artes por no tener más medios para subsistir que su trabajo corporal”. Pedía a la Junta de la Academia se eligieran cuatro becados de pintura, cuatro de arquitectura, dos de grabado de estampas y dos de grabado de medallas. Queda asentado que no eran aptos a pensión aquellos que fueran pobres pero no hábiles ni tampoco los que fueran hábiles pero no pobres. La beca, como el rey, también era incluyente y los pensionados podían ser españoles o no y se hace ­ hincapié en incluir a cuatro indios puros de Nueva España.

A Jerónimo Antonio Gil, fundador, director y maestro de grabado se sumaron Rafael Ximeno y Planes, Francisco Eduardo Tresguerras, José Joaquín Fabregat, entre otros, siendo quizá el más reconocido Manuel Tolsá, arquitecto y escultor, autor –entre otros– del Palacio de Minería, la estatua ecuestre de Carlos IV y la cúpula de la Catedral Metropolitana junto con el remate de las torres en forma de campana y las tres figuras sobre el reloj que representan las virtudes teologales (todas obras que pueden apreciarse actualmente).

El neoclásico, la corriente instaurada en la Academia de San Fernando de Madrid, se extendió a todas las demás academias españolas, incluida la de San Carlos en Nueva España. Este nuevo gusto contrastó fuertemente con el marcado barroco que dominaba el arte novohispano y si bien, el cambio no fue inmediato, se abrió paso guiado por el grupo de pintores, escultores, grabadores y arquitectos que llegaron como maestros y crearon obras de gran importancia.

Para los primeros años del siglo XIX los renombrados artistas que encumbraron la Academia e impartieron clases en sus aulas fueron falleciendo. Así en 1821, año en que se consumó la Independencia de México, la primera generación de académicos de San Carlos había desaparecido. Además, la lucha armada, hizo mella en la institución que cerró sus puertas de 1821 a 1824. Sobrevivió a base de míseros donativos y estuvo en decadencia hasta 1843, cuando durante el gobierno de Antonio López de Santa Anna se reorganizó bajo nuevas bases.

José María Obregón. El descubrimiento del pulque, 1869

En primer lugar, aunque conservó el nombre de San Carlos, de llamársela Real y para su manutención pasó de depender de la Hacienda Pública a recibir las rentas de la Lotería, que se conoció entonces como Lotería de la Academia de San Carlos, lo cual fue bastante provechoso pues en pocos años pudieron comprar el edificio que rentaban, además de traer a México profesores europeos, como los catalanes Pelegrín Clavé y Manuel Vilar y los italianos Eugenio Landesio y Javier Cavallari, quien renovó la fachada del edificio.

El decreto expedido el 2 de octubre de 1843, retomó varios aspectos ya asentados en los estatutos reales como la cuestión de las becas y pedía además la creación de incentivos para los alumnos más destacados como estancias en Europa con el fin de perfeccionarse en las artes que destacaban. Hay que tomar en cuenta que México era ya una nación independiente y el reconocimiento internacional era algo importante para la Academia, por lo que enviar a sus mejores artistas al extranjero se convirtió en una constante.

Para la segunda mitad del siglo XIX e incluso principios del XX la gran mayoría de los pintores, escultores y arquitectos de renombre mexicanos habían surgido o pasado por la Academia de San Carlos[1].

 

 

Bibliografía

Acevedo, Esther [Coordinador] (2001). Hacia otra historia del arte en México. Tomo I De la estructuración colonial a la exigencia nacional (1780-1860). México: CONACULTA.

Fernández, Justino (1983). El arte del siglo XIX en México. México: UNAM.

Soler, Jaime [Coordinador] (2000). Los pinceles de la historia: de la patria criolla a la nación mexicana 1750-1860. México: CONACULTA

Estatutos de la Real Academia de San Carlos de Nueva España en: http://www.cervantesvirtual.com/obra-visor/estatutos-de-la-real-academia-de-san-carlos-de-nueva-espana–0/html/000e66ac-82b2-11df-acc7-002185ce6064_2.html

 

 

[1] La Academia volvió a cerrar por tres años con motivo de una lucha armada, esta vez la Revolución Mexicana. Luego de reabrir e incorporarse a la Universidad Nacional cambió su nombre a Escuela Nacional de Bellas Artes. Al recibir la universidad su autonomía (UNAM) se divide en Escuela Nacional de Arquitectura y Escuela Nacional de Artes Plásticas.

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