Las raids húngaras: el terror de Europa

En el artículo anterior hablamos del origen de los húngaros o magiares y de como llegaron hasta la llanura de Panonia, donde se asentaron definitivamente hasta nuestros días. También hablamos de su ejército y de las tácticas que utilizaron a lo largo de su periplo por el continente. Este pueblo, originario de los Urales, atemorizó a la Europa Occidental durante unos 50 años. En esta ocasión, los acompañaremos a lo largo de sus raids.

«Batalla de Lechfeld». Franz Sales Lochbihler (siglo XIX).

El comienzo

En los momentos finales del siglo IX, los húngaros guiados por Árpád se asentaron en Panonia. Este territorio pertenecía al Reino de Francia Oriental y, por tanto, al Sacro Imperio. Esta pertenecia perduró hasta la muerte de Arnulfo de Carintia (rey de Francia Oriental y de Lotaringia) hacia el 900. Desde aquel momento pasó al completo dominio húngaro, incluyendo incluso una parte de Baviera; esto se debía a que el nuevo rey, Luis IV el Niño no podía ejercer ningún tipo de autoridad. En cualquier caso, allí establecerían la base desde la que lanzar una serie de raids que en un primer momento tendrían lugar todos los años, pero que con las primeras derrotas comenzaron a volverse más esporádicas. Sólo serían detenidos definitivamente tras la derrota en Lechfeld en el año 955 (también conocida como Batalla de Augsburgo).

Italia fue la primera región en sufrir los ataques de los jinetes magiares. Llegaron allí como aliados de los alemanes en el 899, lo hicieron para derrotar al rey de Italia y emperador Berengario I en septiembre de ese mismo año en las cercanías del río Brenta. A Berengario no lo quedó otra opción que pagar un tributo anual a los magiares para poder salvarse de las incursiones. Aquello provocó que los húngaros dirigieran su mirada hacia las tierras germanas.

Contra los germanos

Los magiares comenzaron a avanzar por las tierras germanas hasta ser detenidos en el río Enns en noviembre del año 900. Cuatro años después, el ahora rey de Francia Oriental Luis IV el Niño tentó al destino. Fingió querer firmar la paz con los magiares e invitó a Kurszán, co-líder junto a Árpad, a un banquete, donde fue asesinado. La venganza no se hizo esperar: se sucedieron una serie de éxitos militares húngaros que aterrorizaron a buena parte de Europa de tal forma que fue en este punto donde comenzó la confusión entre los húngaros y los hunos de Atila.

Luis IV decidió contraatacar en el 907, buscaba evitar nuevos ataques y expulsar a los magiares de las tierras de Moravia. En la Batalla de Bratislava (5 de julio) las tropas germanas fueron derrotadas por los jinetes esteparios en Pressburg. Fue tal la catástrofe que los húngaros consiguieron asesinar a algunos de los líderes germanos. Además, la victoria les permitió establecer su frontera de forma definitiva en el río Enss y abrir de par en par las puertas de la actual Alemania para someterlas a un duro saqueo.

«Batalla de Pressburg». Peter Johann Nepomuk (1850).

En el 908, aliados con los Daleminci (una tribu eslava del río Elba), consiguieron derrotar al duque de Turingia y entrar a saquear toda Sajonia. Al siguiente año, se dirigieron contra Suabia en una expedición que no salió bien. En el camino de regreso hicieron frente a las fuerzas del duque de Baviera en el río Rott, donde fueron derrotados.

La derrota fue compensada al poco tiempo. El 12 de junio del año 910 en la Batalla de Lechfeld consiguieron derrotar a las fuerzas de Luis IV el Niño. Con aquella victoria se iniciaba una nueva etapa, fue el último intento de detener las incursiones magiares en mucho tiempo. Desde aquel momento, podrían saquear todas las tierras germanas sin prácticamente resistencia. Llegó a tal nivel la impunidad magiar que en ocasiones pasaron el invierno en aquellas tierras extranjeras.

Los magiares contra Europa

Años más tarde, en el 917, los magiares consiguieron arrasar la ciudad de Basilea, para después aprovechar que el Rin se había congelado y cruzarlo; de tal forma que pudieron saquear Alsacia y Lorena. Poco después, el duque Arnulfo de Baviera, que había perdido su ducado, lo recuperó y procedió a restaurar la alianza con los húngaros. Una alianza que se mantuvo hasta su muerte en el 937. Las buenas relaciones entre Arnulfo y los magiares provocaron que Baviera se salvase durante toda la vida del duque de los ataques húngaros, pues estos se centraron en otros lugares.

En el 922 ayudaron a Berengario I en su lucha contra el rey de Borgoña, aunque saquearon buena parte de Italia. Dos años después volvieron a ser llamados por Berengario, pero esta vez para reprimir a sus súbditos rebeldes. Esta campaña fue aprovechada para saquear y quemar la plaza de Pavía. En el 925 fueron contra Sankt Gallen para saquearlo. Este era uno de los monasterios más ricos de Europa. Un año después volvieron a cruzar el Rin para dirigirse hacia el Atlántico arrasando con todo lo que se encontraba.

La campaña más larga fue la del 937. Tras saquear Franconia y Suabia cruzaron el Rin de nuevo, en esta ocasión a la altura de Worms y desde allí vagaron por toda Francia en dirección al Atlántico. Después, cruzaron los Alpes y bajaron hasta Capua antes de regresar a Panonia. En la primavera del 942 visitaron al nuevo rey de Italia, Hugo, quien continuó con el pago de tributos. El monarca recomendó a los jinetes que fuesen contra la península Ibérica. Con este consejo, los húngaros cruzaron los Pirineos y llegaron a sitiar la ciudad de Lérida, con lo que el terror llegó a la propia corte califal de Córdoba.

En el 947 decidieron ir a Italia para pedir los tributos al nuevo rey, Berengario II; a continuación se dedicaron a saquear la península de nuevo, llegando hasta Otranto. En el 951 cruzaron Lombardía y los Alpes, entrando de lleno de Aquitania. Sin embargo, en el camino de regreso, fueron derrotados en el río Tesino por las tropas de Otón I, el nuevo emperador, quien acababa de asegurar su dominio en Italia.

Los problemas

Hasta aquí hemos hecho un breve recorrido por los diferentes campos de batalla de los magiares en el occidente europeo. Sin embargo, tuvieron que hacer frente a diferentes problemas, de entre los que destacó el creciente poder de la dinastía sajona, que supondría su fin. En el 924, Enrique I de Sajonia, el Pajarero, (rey de Francia Oriental y padre del emperador Otón I y de Enrique, duque de Baviera) consiguió una paz de nueve años a cambio de entregar a los magiares a uno de sus líderes capturados. De esta forma, ganó el tiempo necesario para prepararse contra ellos. En el momento que la paz expiró, los magiares lanzaron nuevos ataques contra Sajonia.

Enrique I el Pajarero en las Crónicas de Núremberg

La batalla de Riade (933)

En la primavera del 932, Enrique el Pajarero se reunió con una embajada magiar que buscaba resolver los problema surgidos de la paz. Según el cronista Widukind la misión húngara falló al completo. Tras esto, Enrique presentó a sus magnates la idea de iniciar la guerra contra los húngaros. Seis semanas después el duque Arnulfo de Baviera hizo lo mismo. Sin embargo, fueron los jinetes esteparios los que golpearon primero: invadieron Turingia a principios del 933.

El siguiente paso magiar fue dividir a la hueste en dos columnas. La primera fue hacia el oeste con la intención de atacar Sajonia. Sin embargo, esta columna tuvo que enfrentarse a una inesperada fuerza de sajones y turingios que consiguieron dispersarlos y acabar con la vida de sus principales líderes. Por su parte, la segunda columna tenía que permanecer en el este, donde recibió noticias de que la hermana de Enrique vivía en una fortaleza en las cercanías de Riade. Según la información de la que disponían, allí podrían encontrar un gran tesoro.

Los húngaros intentaron tomar la plaza por asalto, pero fallaron por hacerlo antes de estar protegidos por la oscuridad de la noche. Asimismo, al campamento magiar llegaron exploradores que avisaban de la destrucción de la otra columna, así como que Enrique se acercaba con un poderoso ejército. Los húngaros usaron señales de fuego y humo para reorganizar a las unidades dispersas por el territorio con el fin de constituir una gran hueste. Enrique se percató de que no contaba con el factor sorpresa de su lado, pero esperaba poder tender una trampa a los invasores.

El sajón sabía que debía hacer frente a la velocidad de los jinetes, así como a su gran potencia de fuego. Por tanto, el monarca quería poner en práctica un plan con el que bloquear las dos ventajas húngaras, al mismo tiempo que les ofrecía una situación con la que deseasen presentar batalla.

Enrique I combatiendo a los magiares. Sächsische Weltchronik (hacia siglo XIII)

El plan comenzaría enviando una fuerza desarmada de jinetes que atacaría a los húngaros. Cuando estos entrasen en contacto se retirarían. Era la táctica de la retirada fingida. El objetivo era poner al alcance de los jinetes armados germanos a los húngaros. Esta fuerza se encontraría escondida a cierta distancia del grueso del ejército de Enrique. En el momento que los invasores hubiesen alcanzado la posición ideal, la caballería pesada se lanzaría a la carga, golpeándolos tan rápido que los magiares no podrían reaccionar. La carga debía ser perfectamente uniforme; si no lo era surgirían brechas en la línea germana que los húngaros podrían aprovechar para lanzar un contraataque. Es decir, se necesitaba una excelente coordinación para que el plan funcionase.

En el desarrollo real del combate, los jinetes comenzaron a atraer la atención magiar y ejecutaron la retirada fingida para guiar a los húngaros hacia la caballería pesada. Sin embargo, los magiares se percataron de la presencia de estos y huyeron. El cronista Widukind dice que los germanos persiguieron a los húngaros durante unos doce kilómetros, hasta que finalmente se retiraron sin haber infligido demasiado daño en las filas enemigas.

En términos morales se trató de una clara victoria sajona, pero no lo fue en términos reales. Ahora bien, el uso de fuerzas montadas y la disposición germana les proporcionó una flexibilidad considerable en el diseño del plan de batalla que intentaba obviar la mayor fuerza enemiga. Constituyó el primer paso para la definitiva derrota húngara en Lechfeld (955). Aunque los germanos no ganaron en términos numéricos, si demostraron que buenas estrategias podían frenar los ataques húngaros.

La situación cambia

Los acontecimientos de Riade supusieron un cambio en los objetivos húngaros. Desde aquel momento preferirían no atacar las tierras de la actual Alemania, aunque no pretendían reducir sus saqueos. Bajo un nuevo comandante, los magiares lanzaron campañas contra las actuales Lorena, Borgoña, Lombardía, Italia, Suiza e incluso la mismísima Constantinopla. Al igual que antes, las operaciones se solían desarrollar por las peticiones de diferentes gobernadores occidentales. Por supuesto, éstas se vieron facilitadas gracias al continuo desorden del imperio.

Coronación de Otón I en la Crónica de Otón de Frisinga (hacia 1200).

La situación cambió hacia el 936: Otón I ascendió al trono germano. El nuevo monarca unió sistemáticamente los diferentes ducados, sometió a los eslavos del este y ocupó el norte de Italia (habitual lugar de pillaje para los húngaros). Impresionados, los magiares decidieron solicitar una alianza a Otón, la cual fue desairada por el rey. Como respuesta, los húngaros comenzaron a apoyar rebeliones contra él, mientras que perdían los tributos percibidos desde Sajonia.

Los magiares y el Imperio Bizantino

Desde el 896 hasta el 933 todas las energías de los húngaros se centraron en la Europa Occidental, sin que tengamos evidencias que se dirigiesen raids contra los bizantinos. Es bastante probable que esto se debiese al pago de tributos por la paz. Una situación motivada por la existencia de un poderoso Imperio búlgaro dirigido por el zar Simeón el Grande, aunque tras su muerte en el 927 el poder búlgaro comenzó a desintegrarse a una velocidad vertiginosa. De hecho, en una fecha tan temprana como el 934 ya tenemos noticias de incursiones húngaras en las cercanías de Constantinopla.

Hasta el 934 los tributos pagados por Bizancio no sólo eran para evitar los ataques contra su territorio, sino que servían para que los húngaros atacasen a los búlgaros. La decadencia de Bulgaria provocó que los bizantinos no viesen necesario contratar los servicios magiares, tanto de mercenarios como el pago por la paz, por lo que la incursión contra Constantinopla seguramente buscaba obligar al imperio a renovar los tributos.

El auge otónida

Desde que Otón I llegó al poder en el 936 emprendió una misión para fortalecer tanto su poder, como el reino. En primer lugar, el rey sajón se negó a pagar tributos a los magiares, lo que provocó también los ataques contra Constantinopla, más fácil de saquear en estos momentos que las tierras germanas. En este sentido, los húngaros intentaron invadir las tierras de Otón I en el 938, pero fueron expulsados fácilmente.

Centrándonos en el fortalecimiento del poder de Otón, el monarca nombró a su hermano Enrique como duque de Baviera, obviando a los candidatos de otras dinastías. Asimismo, nombró a su hijo, Liudolfo, duque de Suabia, y a su yerno Conrado el Rojo, duque de Lotaringia. De esta forma, todos los principales cargos del Reino Franco Oriental recayeron sobre los miembros de la familia más inmediata de Otón. A todo esto debemos sumar sus continuas intromisiones en los asuntos de los francos occidentales. Poco a poco, Otón se convertía en el gobernante más poderoso de la cristiandad. Ya hacia el 950 tenía sentadas las bases para su coronación imperial.

Los magiares comenzaron a preocuparse por el creciente poder del Reino Franco Oriental. Veían como sus territorios comenzaban a expandirse hacia todos los puntos cardinales, por lo que llegaron a temer por su hogar, por Panonia.

El contraataque magiar

Los húngaros planearon una gran invasión para el año 955. Sabían que Otón había permanecido durante dos años enfrentando un guerra civil que le había hecho desplazarse por todos los territorios de su reino. Tenía que luchar contra la nobleza y contra los eslavos del Bajo Elba en Sajonia. De esta forma, en el 955, Otón tuvo que marchar contra Ratisbona (importante bastión rebelde), consiguiéndola tomar en poco tiempo. Desde allí, puso rumbo a Sajonia para terminar con el problema eslavo. Cuando el rey germano se encontraba en Magbeburgo recibió una misiva de su hermano Enrique: los magiares habían entrado en Baviera.

Detalle de «Llegada de los húngaros». Árpád Feszty (1894).

Este ataque era diferente. Los húngaros reunieron un gran ejército que estaba preparado para combatir a pie y, por primera vez, prepararon máquinas de asedio. El plan era atacar la plaza de Augsburgo, desde la que podrían controlar el paso del Brennero y tener un camino fácil a los Alpes. Además, los húngaros sabían que Otón iría a socorrer la ciudad, pues su obispo, Ulrico, era uno de los pilares del reino otónida. Los húngaros buscaban forzar a Otón a presentar una batalla decisiva con la que restaurar su moral y conseguir nuevos tributos. No se equivocaron. En el momento que Otón recibió la noticia de la invasión, se lanzó con todo su ejército contra los húngaros.

La Batalla de Lechfeld (955)

Los húngaros comenzaron el verdadero asalto a finales de julio o principios de agosto, lo hicieron quemando todo lo que había en su camino mientras se dirigían hacía Augsburgo. Los enfrentamientos en las cercanías del río Lech empezarían el día 8 de agosto, pero la Batalla de Lechfeld como tal tuvo lugar el día 10.

Antes de que llegase Otón, los magiares atacaron la puerta de Augsburgo que miraba hacia el río. El ataque fue inesperado, pero los defensores consiguieron repeler a los atacantes. Lo hicieron cuando el obispo Ulrico salió de la ciudad con las tropas de élite y les atacó por sorpresa. El día siguiente, 9 de agosto, comenzaron el asedio propiamente dicho. A pesar de los esfuerzos no consiguieron tomar la ciudad y pronto abandonaron la idea de asaltarla, pues llegó un emisario advirtiendo del avance otónida.

Los magiares, desde el campamento al este del río Lech, dirimían sobre como desarrollar la batalla contra Otón, mientras éste seguía avanzando inexorablemente contra ellos. El combate final tendría lugar el día siguiente. Los magiares cruzaron el río para encontrarse con la fuerzas germanas en el flanco occidental de Augsburgo.

Otón había dividido a su ejército en diferentes cuerpos bien organizados, mientras que en la hueste húngara no había ningún tipo de orden, sólo era una gran masa de hombres y caballos que avanzaba sin freno contra los otónidas. Por su parte, la línea germana era tan larga que era difícil la comunicación entre la vanguardia y la retaguardia durante el combate.

Los germanos sólo podían ver a los húngaros que se dirigían contra su vanguardia, pero un cuerpo se había deslizado por un flanco para golpear la retaguardia. Allí, los jinetes magiares derrotaron a los otónidas, quienes rompieron filas y huyeron. Los húngaros, desde la retaguardia germana, cargaron contra el siguiente cuerpo, con lo que consiguieron que todo el ala izquierda cayese en un completo desorden. En este punto, los húngaros decidieron saquear todo lo que podían; además, este primer ataque provocó que los húngaros comenzasen a agotar sus energías. Era el momento ideal para lanzar un contraataque. De esta forma, Conrado el Rojo cayó sobre los magiares como un relámpago, arrasando con todos. Los invasores no tenían otra opción que intentar reincorporarse al cuerpo principal.

Lehel matando a Conrado el Rojo. Crónica Iluminada de Viena (siglo XIV).

Esto estaba ocurriendo en la retaguardia. Mientras tanto, Otón consiguió contener al cuerpo principal de los húngaros, al tiempo que Conrado conseguía detener la huida magiar y restablecía todo el flanco izquierdo. Durante este contraataque, Conrado perdió la vida atravesado por una flecha. Con el flanco izquierdo restaurado, Otón dirigió a todo su ejército hacia el frente. Los húngaros lanzaron algunas lluvias de flechas y retrocedieron hacia su campamento.

Recordemos que la táctica húngara de avanzar y retroceder a caballo mientras lanzaban ráfagas de flechas requerían un gran espacio, el cual no tenían. Al verse encerrados, los magiares emprendieron la huida y muchos de ellos murieron ahogados al intentar cruzar el río Lech, o cayeron bajo el acero otónida. El rey ordenó perseguir a los magiares en retirada durante varios días, de tal forma que a los invasores nos les quedó otra opción que dispersarse en pequeño grupos.

El fin de una era

Otón derrotó definitivamente a los magiares que habían asolado el occidente europeo durante medio siglo. Aunque estos arqueros montados siguieron lanzando ataques contra el este de Europa, no lo volvieron a hacer contra el Occidente. En cualquier caso, desde la Batalla de Lechfeld comenzó un rápido proceso de asimilación en el pueblo húngaro. En unos 150 años abandonaron sus formas tribales para convertirse en un verdadero reino de corte europeo, llegando a pertenecer al Sacro Imperio y convertirse paulatinamente al cristianismo, labor que fue realizada en el siglo XI por el rey San Esteban.

Bibliografía

  • Ayton, A. & Engel, P. (2005). The Realm of St Stephen: A History of Medieval Hungary. London, I.B. Tauris.
  • Bachrach, D. (2014). Warfare in Tenth-Century Germany. Woodbridge, Boydell Press.
  • Bachrach, D. (2016). Warfare in Medieval Europe c.400-c.1453. London, Routledge.
  • Bowlus, C.H. (2006). The Battle of Lechfeld and its Aftemath, August 955: The End of the Age of Migrations in the Latin West. London, Routledge.
  • Cartledge, B. (2011). Will to Survive: A History of Hungary. Oxford, Oxford University Press.
  • Heather, P. (2012). Empires and Barbarians: The Fall of Rome and the Birth of Europe. Oxford, Oxford University Press.
  • Molnár, M. (2001). A Concise History of Hungary. Cambridge, Cambridge University Press.
Scroll al inicio