La leyenda del tributo de las 100 doncellas

Existe una leyenda que afirma que cada año, durante los primeros albores de la Reconquista, el rey de Asturias debía entregar como tributo 100 doncellas o vírgenes para nutrir al harén del emir de Córdoba, a cambio de su «protección». Pero, ¿qué hay de cierto en este mito? ¿Fue una realidad o tan solo se trataba de una argucia para espolear los ánimos de los cristianos frente al poder del islam?

Representación de las 100 doncellas. Fuente: supercurioso.com

Origen del mito

A principios del siglo VII, surgió una nueva religión en tierras de Arabia, el islam, que se extendió con suma rapidez por todo el mundo conocido. Parecía que ningún imperio o reino conseguía oponérsele. Arabia, Persia, Siria, Egipto, el Magreb… todas estas regiones fueron cayendo a manos de los defensores de la fe de Mahoma. En el año 711 tuvo lugar la batalla del río Guadalete (o batalla de la laguna de La Janda) entre el ejército del rey don Rodrigo y el general Tariq ibn Zayid, que comandaba las fuerzas del poderoso Califato omeya. El resultado fue una desastrosa derrota cristiana a manos de los musulmanes que condujo a la desintegración del frágil reino visigodo de Toledo. La Península Ibérica quedó bajo el poder de la media luna en solo unos pocos años. Por miedo a perder sus posesiones, muchos prefirieron llegar a acuerdos con los nuevos gobernantes. Otros estaban hartos de las luchas intempestivas entre los propios visigodos y de las altas cargas impositivas.

No obstante, entre el 718 y el 722, ocurrió un singular encuentro en lo más profundo de las montañas asturianas. Unos hombres dirigidos por un caudillo astur llamado Pelayo, cuyo origen es todavía fuente de debate, se enfrentaron con éxito a un contingente musulmán. Este personaje se había declarado como rebelde y logró reunir un pequeño ejército contra una hueste mandada desde Córdoba. Con motivo de su victoria, dicho enfrentamiento fue ampliamente glorificado por las crónicas cristianas, conocido como la batalla de Covadonga. Por otro lado, los musulmanes le restaron importancia, debido en parte al escaso interés que les reportaba esta inhóspita zona peninsular, tan alejada de Córdoba. Pero sea como fuere, es indudable que este hecho significó el punto de arranque de la Reconquista y el posterior nacimiento del reino de Asturias con capital en Cangas de Onís, el primer núcleo de resistencia cristiana de la península.

Representación artística de la figura de Don Pelayo, caudillo de los astures.

A Pelayo le fueron sucediendo diversos reyes con mayor o menor fortuna: Favila (737-739), Alfonso I (739-757), Fruela (757-768), Aurelio (768-774), Silo (774-783) y Mauregato (783-789). Fue precisamente durante el reinado de este último cuando surgió la leyenda del “tributo de las 100 doncellas”. El recién nacido reino de Asturias se encontraba en una situación sumamente precaria, constreñido en el sector noroccidental de la península contra el poder incontestable del emirato independiente de Córdoba. Mauregato tuvo que apoyarse en una facción rebelde de la nobleza asturiana para desplazar al legítimo heredero al trono, Alfonso II, que se refugió en Álava. Se dice que el nuevo rey asturiano había solicitado la ayuda del emir de Córdoba Abderramán I (756-788) para hacerse con el poder y este le exigió, como muestra de su sumisión, el pago anual de 100 doncellas o vírgenes (50 de origen noble y otras 50 de origen plebeyo). Estas doncellas formarían parte de su harén, empleadas en la servidumbre o serían vendidas como esclavas en otros territorios del islam.

Según narra la leyenda, este tributo constituía una pesada carga y una humillación sin precedentes para los cristianos, obligados a reclutar bellas jóvenes de todos los rincones del reino para satisfacer los exigentes gustos del emir. Pero, a pesar de las dificultades, también hubo cierta resistencia. Mauregato acabó siendo asesinado por unos nobles y su sucesor, Bermudo I (789-791), trató de sustituir el pago de las doncellas por dinero. Se dice que el posterior rey Alfonso II el Casto (791-842) puso fin al tributo con su victoria en la batalla de Lutos (794). Así, se terminó con esta práctica hasta que el emir Abderramán II (822-852) retomó el pago del doloroso tributo a Ramiro I (842-850). Este rey asturiano consideró más oportuno plegarse a sus exigencias que enfrentarse a una invasión, por otro lado catastrófica. Pero entonces un pueblo de Valladolid marcó la diferencia mediante el envío de siete doncellas a las que se les había cortado la mano izquierda. Debido a ello, con el paso del tiempo a esta localidad se la conoció con el nombre de «Simancas«.

La legendaria batalla de Clavijo

Como era de esperar, al emir cordobés le disgustó enormemente este deshonroso gesto y exigió la entrega de otras siete doncellas que no estuviesen mutiladas («Si mancas me las dais, mancas no las quiero»). El ejemplo de Simancas pronto se extendió por todo el reino, sirviendo de inspiración para el resto de la población cristiana sometida a los dictados del emir. Ramiro I entendió el mensaje de sus súbditos y se enfrentó a los musulmanes en la legendaria batalla de Clavijo (844), en las cercanías de Logroño. En este enfrentamiento, según cuentan las crónicas cristianas, participó el mismísimo Santiago Apóstol a lomos de un caballo blanco que inclinó definitivamente la victoria hacia el lado cristiano. Por esta milagrosa intervención, Ramiro I estableció el llamado Voto de Santiago, consistente en dar una parte del botín de todas las batallas en las que se participase al mencionado santo. No obstante, pese a esta gran puesta en escena, la mayoría de historiadores serios descartan la existencia de la batalla de Clavijo (que sería una mitificación de la batalla de Albelda) y del famoso tributo de las 100 doncellas.

Óleo «La Batalla de Clavijo», de Corrado Giaquinto (1756).

Trascendencia posterior

Algunos consideran que este relato mítico suponía la eterna lucha del bien (encarnado por los cristianos) contra el mal (representado por los infieles musulmanes) y la victoria última del Dios cristiano por medio de la intervención de Santiago Apóstol. Además, Mauregato había sido un usurpador del trono de Asturias e hijo bastardo de Alfonso I y de una esclava musulmana. Posiblemente la narración de estos eventos, por otro lado ocurrida siglos después del supuesto momento de los hechos (siglos VIII-IX), se debiera a intentar arrancar en los reinos cristianos un sentimiento de lucha en contra de la dominación musulmana a través de una historia con tintes algo apocalípticos. Pero pese a que no se tiene constancia verídica de tales acontecimientos, el mito de las 100 doncellas ha tenido su eco en el arte y en la literatura. Durante el Siglo de Oro, Lope de Vega lo retrató en su pieza literaria Las famosas asturianas (1612). Posteriormente, Manuel Fernández y González lo abordó en su obra El tributo de las 100 doncellas (1853). Más recientemente apareció en la novela histórica La visigoda (2006), de la autora Isabel San Sebastián.

Portada de La visigoda (2006), de Isabel San Sebastián.

Bibliografía

-Anguiano, M. (1985). Compendio historial de La Rioja, de sus santos, y milagrosos santuarios.

-Lope de Vega, F. (1612). Las famosas asturianas.

-Toraño, G. P. (1986). Historia del reino de Asturias. Madrid: Editorial Gráficas Summa.

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