Kant: la Belleza como enlace entre la Verdad y el Bien

A lo largo de la Historia, la Filosofía se ha ocupado, sobre todo, de tres ideas fundamentales: la Idea de Verdad, la Idea de Bien y la Idea de Belleza. Para investigarlas, Kant escribió tres críticas: la Crítica de la Razón pura, la Crítica de la razón práctica y la Crítica del Juicio.

Kant
Immanuel Kant (1724-1804)

Enla Crítica de la Razón pura, Kant responde a la pregunta, ¿qué podemos conocer? La respuesta es que podemos conocer la Naturaleza, que es el conjunto de los objetos y sucesos que ocurren en un espacio y en un tiempo y que podemos conocer por la experiencia, que comienza por los sentidos.

En la Crítica de la Razón práctica, la pregunta que responde Kant es: ¿cómo debemos comportarnos, cómo debemos actuar moralmente? El ser humano no conoce el Bien, porque no es un hecho de la Naturaleza, sino que el Bien es el Deber moral, que no está en el espacio ni en el tiempo, sino que vale para toda situación, siempre que sea adecuadamente deducido por la Razón intemporal. Todo acto es moralmente bueno si es universalizable sin contradicción; es decir: si lo pudiera hacer cualquiera en la misma situación sin ser contradictorio consigo mismo. La mentira es contradictoria, por ejemplo, porque presupone que el que la recibe cree en su verdad, que es su contrario. Además, si todo el mundo mintiese (si se universalizase la mentira) nadie creería a nadie; por lo que sería imposible mentir.

En la primera parte de la Crítica del Juicio, Kant estudia qué es la Belleza. La Belleza es aquella Idea que predicamos de ciertos objetos y gracias a la cual somos conscientes del enlace posible entre el reino de la Naturaleza, en el cual no hay libertad posible (las manzanas no pueden decidir no caer) y el reino de la Libertad, en el que el ser humano se da a sí mismo las leyes de su comportamiento (somos libres cuando nos obedecemos a nosotros mismos en lo que tenemos de esencial, humano).

Es decir: mediante la Belleza somos conscientes de que nuestro cuerpo vive en el mundo de los fenómenos naturales, sometidos a las leyes de la física, mientras que nuestra alma vive en otro mundo, el de las normas morales: el mundo de la Libertad. Y es la Belleza la que nos hace comprender que hay un enlace entre esos dos mundos y que podemos ser libres, ya que nuestra vida no está sometida al destino y al determinismo, aunque nuestro cuerpo sea un cuerpo entre otros cuerpos.

Nuestra mente está formada por varias facultades, que nos permiten conocer la Naturaleza, deducir el Deber moral en cada situación y apreciar la Belleza. Son:

  • La sensibilidad: es la capacidad de recibir datos en nuestros sentidos (sonidos, colores, texturas, olores, sabores, pero también nuestros estados internos). Esta sensibilidad ordena estos datos sin forma situándolos en un espacio y en un tiempo (veo algo aquí y ahora, etc.).
  • La imaginación: es la capacidad mental de producir y reproducir objetos sin tenerlos presentes. Es también la facultad que reúne los datos de los sentidos, agrupándolos.
  • El entendimiento: gracias a él damos nombre a los datos reunidos por la imaginación; esos datos no quedan solo reunidos (como hace la imaginación) sino conectados por un concepto (un nombre). El entendimiento también da las leyes generales de la naturaleza, como son los principios de la física newtoniana.
  • El juicio: es la facultad que tenemos de aplicar el concepto (universal) adecuado a un conjunto de datos particulares. Por ejemplo, tenemos buen juicio cuando al conjunto de datos: maúlla, tiene bigotes y tiene un andar elegante le damos el nombre (concepto) de gato. La falta de juicio es la incapacidad de dar el nombre adecuado a los datos de la imaginación y de la sensibilidad, cuando al conjunto de datos que forman un gato lo llamamos perro.
  • La razón: es la facultad superior del intelecto humano. Gracias a ella podemos hacer deducciones, llegar a conclusiones desconocidas a partir de premisas conocidas. Pero también es la capacidad de conocer el Deber moral, lo que debemos hacer en cada situación. Y es la facultad que nos impulsa también a seguir preguntándonos el porqué de las cosas y los sucesos, la condición, el fundamento de todo lo que ocurre.

Analicemos las tres Ideas con las que comenzamos:

La Verdad es el conocimiento adecuado de los objetos de experiencia, el conocimiento de la Naturaleza. No podemos conocer las cosas como son en sí mismas, sino solamente como se nos aparecen en la mente; más bien: tal y como nuestro intelecto las construye. No podemos conocer lo sobrenatural, que está formado por las cosas en sí, que no son cognoscibles sino pensables (por eso las llama Kant noúmenos, aquello que pensamos como fundamento de la naturaleza pero que no podemos conocer).

El Deber (el Bien moral) es la norma de nuestra acción moral y se deduce cuando nos guiamos únicamente por la razón, que es universal (la misma para todos los seres humanos). Cuando no actuamos racionalmente, sino que nos dejamos llevar por las emociones, o el placer, o el reconocimiento, etc., no somos libres sino esclavos de las pasiones. Gracias a la razón vislumbramos un reino de la Libertad, formado por cosas en sí. Esas cosas en sí son, principalmente, nuestro Yo o conciencia; pero también las cosas materiales en sí; y  Dios, que es el fundamento de toda acción moral. Porque, como diría Aliosha, personaje principal de la novela de Dostoyevsky Los hermanos Karamazov, “si Dios no existiera, todo estaría permitido”; dicho de otra forma: ¿qué sentido tendría actuar con honradez, si el mundo está lleno de personas que no lo son y obtienen beneficios materiales evidentes?

La conciencia, o mente, o alma, o Yo, no es cognoscible, porque nadie tiene experiencia de tal cosa; nadie ha vista una mente o un alma o un Yo. Sin embargo, si no tuviéramos conciencia, si no supusiésemos una mente o un Yo como responsable de sus actos, la libertad sería meramente una ilusión.

Tenemos, por lo tanto, dos reinos, de los que se ocupa nuestra mente: el mundo natural, sometido inexorablemente a las leyes de la Naturaleza, en donde no existe la libertad, porque todos está sometido a las leyes de Newton; y el mundo de la Libertad, en el que existe un ser en sí, no cognoscible, que no está sometido a las leyes naturales sino que puede iniciar por sí mismo una serie de hechos, tomando una decisión en una situación determinada.

Estos dos mundos son dos mundos completamente separados. Cuando dejamos que las circunstancias decidan sobre nuestras acciones, nos comportamos como una cosa material, nos comportamos como seres no libres, esclavos de la Naturaleza. La naturaleza de cada uno (el nacimiento, las características personales, la nacionalidad, la etnia, etc.) no tienen nada que decir sobre el reino de la Libertad; son solo excusas que ponemos cuando no actuamos honradamente. Y el hecho de que utilicemos excusas cuando no somos honrados lo sabemos, siempre, en el fondo de nuestra conciencia. La conciencia es el tribunal de nuestro Yo y no admite atenuantes.

Sin embargo, debe haber un enlace entre el reino de la Naturaleza y el de la Libertad; entre el mundo fenoménico sometido a leyes matemáticas y físicas rígidas y el mundo de la Libertad en el que existen las cosas en sí independientes de nuestro intelecto (que, por definición, no podemos conocer, ya que solo podemos conocer lo que está en nuestra mente).

Ese enlace es la Belleza. Cuando decimos que un objeto es bello, el proceso de conocimiento, que consiste en formar un juicio, no se completa con un concepto, sino que ese objeto nos hace sentir la armonía entre la imaginación y el entendimiento, las principales facultades de conocer.

Conocer el objeto A es formar juicios sobre A, decir características suyas, empezando por la especie a la que pertenece ese objeto. “A es un gato”; “todos los gatos son felinos”; “todos los felinos son animales con las garras retráctiles”, etc. Esos juicios forman la teoría sobre los A y sobre los gatos en general.

Decir que “A es bello” no es conocer el objeto A. Podemos conocerlo, pero al decir que es bello, estamos olvidándonos de lo que A sea; nos es indiferente. Lo que ocurre es que la forma de A, su estructura sensible, nos hace sentir placer (pero un placer desinteresado y universal, diferente del agrado, que es un placer interesado), ya que esa forma nos hace conscientes de que nuestras facultades mentales de conocer (sensibilidad, imaginación y entendimiento) son adecuadas para el conocimiento de objetos; que nuestras facultades intelectuales están en armonía entre sí y son capaces de conocer objetos naturales.

El de la belleza es un placer desinteresado, en el sentido de que no queremos poseer el objeto; que nos da igual incluso su existencia, o el tipo de cosa que sea. Cuando observamos un cuadro bello, o escuchamos una bella melodía, no estamos interesados en el objeto como tal sino en el estado subjetivo que ese objeto nos produce, que es un estado de placer en el que deseamos permanecer, y que no es simplemente un agrado corporal.

Un juicio sobre un objeto bello es universal; pero subjetivamente universal. Cuando decimos que A es bello, no decimos simplemente que A nos gusta. Nadie puede discutir sobre los gustos; pero sí sobre la belleza. Al decir que A es bello, no decimos que nos agrade ni que nos parezca bello, sino que es bello, que todos deberían decir que A es bello. Tampoco es un juicio que nos haga conocer mejor al objeto. Simplemente, cuando decimos que A es bello estamos suponiendo que ese objeto produce un placer desinteresado en todo ser humano en el que las facultades de conocimiento funcionen igual.

Y esa conciencia de la belleza como universal, como una característica que tienen que sentir todos los seres humanos, nos hace conscientes de la comunicabilidad de lo conocido y de lo sentido. Al decir que un objeto es bello estamos sintiendo que podemos comunicarnos con otros seres humanos porque nuestras mentes son idénticas en sus facultades de conocimiento.

Al ponernos de acuerdo en el conocimiento sobre el objeto A, es el objeto el que es el mismo para todos los seres humanos; podemos comunicar con otros seres humanos qué y cómo es A, objetivamente. Al ponernos de acuerdo sobre la belleza de A, nos ponemos de acuerdo, no sobre las características objetivas de A sino sobre el estado de placer desinteresado, subjetivo, que nos produce A.

Por lo tanto, la Belleza, aunque no nos haga conocer el Bien (que consiste en la universalización de los actos que realizamos) sin embargo nos lo hace sentir, al producirnos un placer no egoísta, sino compartible y comunicable. La belleza nos hace querer compartir ese placer desinteresado. Cuando buscamos el placer en el agrado de las cosas o de los cuerpos somos egoístas, porque los placeres agradables son todos individuales. La belleza no es agradable, porque todo agrado viene ligado al interés por el objeto. Si me agrada un objeto quiero tenerlo, me interesa su existencia. A diferencia del agrado, que nos hace egoístas, la belleza quiere ser compartida, porque el objeto bello no quiere ser poseído, sino solamente contemplado sin ningún interés. La Belleza despierta en nosotros un interés moral y nos hace sentir una inclinación moral hacia la humanidad, alejándonos de los placeres egoístas e incitándonos a la comunicación humana.

Cuando alguien acapara objetos bellos, no es la belleza lo que busca; porque la belleza no se puede acaparar. Por eso la belleza nos humaniza al hacernos conscientes de:

  • Que nuestra mente es adecuada para el conocimiento de los objetos, ya que la imaginación y el entendimiento funcionan en armonía en su juego libre.
  • Que todos los seres humanos somos iguales si somos racionales, ya que al sentir la belleza queremos compartir ese placer desinteresado.
  • Que podemos comunicarnos con otros ya que la belleza nos incita a buscar el acuerdo, porque al observar un objeto bello queremos el asentimiento de todos.

Este enlace entre la Verdad (que reside en el conocimiento sobre el objeto) y el Bien (que reside en el deber universal del sujeto) lo lleva a cabo el Juicio sobre la Belleza, al enlazarnos en un sentimiento subjetivo un juicio universal sobre un objeto; pero un juicio no sobre el objeto sino sobre el sentimiento desinteresado de placer que produce en nosotros.

Por eso, dirá el kantiano Schiller, en una obra famosa (Cartas sobre la educación estética del hombre), que el ser humano solo es libre cuando juega, cuando produce o contempla la belleza, porque es en el juego estético cuando desarrollamos toda la humanidad que hay en cada uno de nosotros.

Bibliografía:

  • Kant, Crítica de la razón pura, ed. Gredos, 2017.
  • Kant, Crítica de la razón práctica, Alianza editorial, 2013.
  • Kant, Crítica del Juicio, Austral, 2013.
  • F. Schiller, Cartas sobre la educación estética del hombre, Acantilado, 2018.
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