Los Idus de Octubre: la Guerra Civil rusa

Todos contra uno, uno contra todos

La Guerra Civil rusa es, posiblemente, uno de los momentos más confusos e interesantes de toda la Revolución. Frente a la simplificación histórica de dos bandos, el bolchevique revolucionario encuadrado en el Ejército Rojo y el Monárquico burgués contrarrevolucionario representado por el Ejército Blanco, lo cierto es que una infinidad de agentes, externos e internos, intervinieron activamente durante los años de guerra. Además de los ya mencionados ejércitos blanco y rojo, también tuvieron un papel preponderante el ejército verde, el derrocado Gobierno Provisional, los demócratas de la Asamblea Constituyente, los ejércitos extranjeros de los aliados, las tropas pro alemanas, el Ejército Negro, los exiliados del recién destruido Imperio Austrohúngaro, los magnovistas, los ejércitos nacionalistas, las grupos religiosos islámicos, los cosacos y una multitud de Señores de la Guerra y aventureros que ayudaron a crear un escenario bélico de todos contra todos donde tan solo la facción leninista conseguiría permanecer en pie.

Después de la Revolución de Octubre, Lenin se encontraba solo al frente de un nuevo gobierno que observaba cómo crecía la contestación interna a medida que continuaba aplicando sus controvertidas medidas de nacionalización y represión demócrata. El primer levantamiento contra el nuevo orden fue protagonizado por Kérenski pocos días después de perder el poder, aunque resultó rápidamente vencido gracias a la Guardia Roja. A pesar del descontento que existía contra los bolcheviques, el partido pudo afianzarse en el poder merced a dos factores: por un lado, las demás fuerzas revolucionarias de izquierdas, aunque en contra de los métodos de Lenin y los suyos, se mantuvieron a la espera de la convocatoria de la Asamblea Constituyente porque nunca se imaginaron que los comunistas podrían ir contra el mandato democrático del pueblo; por otro lado, los elementos conservadores de la sociedad estaban más preocupados combatiendo al enemigo externo alemán que de las rivalidades internas, que creían, en última instancia, más fácilmente manejables.

Para conseguir poner coto a la disidencia interior y cumpliendo su parte del trato con los alemanes, Lenin, tras eliminar las últimas resistencias internas, firmó la paz de Brest-Litovsk en 1918, donde Rusia renunciaba a los países bálticos y Polonia, además de autorizar la evacuación de Ucrania y Finlandia. El terrible descontento social que supuso tamaña humillación, sobre todo entre amplios sectores de la burguesía y el ejército, dio el pistoletazo de salida a la Guerra Civil. Empezaron a surgir espontáneamente una serie de revueltas a lo largo de todo el país instigando la constitución de un ejército alternativo, llamado Blanco, para hacer frente al Ejército Rojo bolchevique.

Mapa de las posiciones de las fuerzas combatientes en 1918. Máxima expansión del ejército blanco.

Los grupos que primero se alzaron eran, principalmente, generales contrarrevolucionarios y tropas cosacas locales que declararon su lealtad al Gobierno Provisional o pidieron la vuelta a las viejas costumbres del Antiguo Régimen. Entre ellos figuraban Kornílov, Denikin, Kaledin, Krasnov o Alekséyey. Rápidamente, en un golpe de mano, se hicieron fuertes en Rostov.

A pesar de todo, los cosacos no tenían verdaderos deseos de luchar más allá de por su propia supervivencia y, tal vez, por la creación de una nueva nación. Cuando comenzó la ofensiva bolchevique en enero, los cosacos dejaron sólo a Kaledin, que terminó por suicidarse permitiendo a los bolcheviques recuperar Rostov. El Ejército Voluntario Blanco fue evacuado en febrero y escapó a Kubán, donde organizaron un asalto a Ekaterinodar. Repudiados por los cosacos de Kubán y muerto Kornílov, asesinado el 13 de abril, el mando pasó a Denikin, quien volvió al Don. Allí los bolcheviques se preparaban para la guerra alistando forzosamente a la población local.

A principios de primavera, el Partido Social Revolucionario y los mencheviques se sumaron a la lucha armada. En principios eran fuertes opositores del conflicto bélico con los bolcheviques, pero el tratado de paz con Alemania cambió su punto de vista. Una vez más, la cuestión bélica de la I Guerra Mundial volvía a ser determinante. Podían ser una amenaza, pues contaban con la autoridad emanada de su victoria absoluta en las elecciones democráticas de la Asamblea Constituyente, sin embargo, era el grupo menos armado. Finalmente, tras muchos fracasos intentando reclutar tropas voluntarias, la Legión Checoeslovaca terminó por acudir en ayuda de la facción demócrata. En un mes, los checoslovacos controlaban gran parte del Oeste de Siberia y la parte de la región del río Volga y los Montes Urales. Para el mes de agosto, su control se había expandido de tal forma que Siberia (y su preciado grano) quedó excluida del resto de Rusia.

Mientras tanto, en Omsk, se estaban desarrollando una especie de gobiernos conservadores y nacionalistas dominados por los baskires, los kirguizios y los tártaros. En septiembre de 1918 todos los gobiernos antisoviéticos se reunieron en Ufá y acordaron instaurar un nuevo Gobierno Provisional Ruso encabezado por un directorio. No duraría mucho tiempo. El 18 de noviembre, Aleksandr Kolchák, quien disponía de la fuerza militar de la cual carecía el nuevo gobierno, se erigió como dictador mediante un golpe de Estado, proclamándose a sí mismo como el Gobernante Supremo de Rusia.

Para los soviéticos, este cambio de mando era un problema militar y una victoria política, dado que tildaba a sus oponentes de reaccionarios antidemocráticos mientras que el súbito ascenso de Kolchák generaba inmediatas suspicacias entre los demás generales blancos, aumentando más aún las disensiones en un bando que nunca estuvo realmente organizado. Sin embargo, Kolchák probó ser un comandante capaz. Tras una reorganización del ejército, irrumpió en Perm y expandió su control sobre territorio soviético.

La guerra civil era inevitable para el momento en que se firmó el tratado de paz con los Imperios Centrales. Hasta entonces, los bolcheviques habían dependido exclusivamente de los voluntarios de su Guardia Roja y su policía represiva, la Checa, ya que el viejo ejército zarista había sido completamente desmovilizado gracias a las acciones previas de los bolcheviques antes de su toma del poder, pero León Trotsky fue designado Comisario de Guerra con la orden de organizar un Ejército Rojo de Obreros y Campesinos a fin de profesionalizar sus fuerzas. También se crearon los primeros cuerpos de comisarios políticos, agentes encargados de mantener la moral alta y asegurar la lealtad absoluta al régimen soviético.

Trotsky en la portada de la revista The Liberator, 1921.

Viendo que el intento de formar un ejército compuesto solo por obreros o voluntarios tendría como resultado un número demasiado escaso de efectivos, Trotsky ordenó hacer levas forzadas entre el campesinado. Para finales de 1920 los bolcheviques comandaban alrededor de 5 millones de combatientes, incluidos 30.000 antiguos oficiales zaristas convocados como especialistas militares. En muchos casos sus familias fueron tomadas como rehenes para obligarlos a cumplir con sus órdenes. Hasta un 83% de todos los comandantes de cuerpos y divisiones llegaron a ser veteranos zaristas.

La política del comunismo de guerra le otorgó prioridad al Ejército Rojo. Los bolcheviques controlaban las principales regiones industriales y estaban relativamente bien equipados. Los mejores sistemas de comunicación, en particular los trenes, estaban bajo el control de los rojos, permitiendo que tanto los soldados como los suministros necesarios fueran velozmente transportados al campo de batalla.

Trotsky en la construcción del Ejército Rojo.

Las ventajas más importantes que presentaba el Ejército Rojo sobre el Blanco eran su férrea disciplina y capacidad de liderazgo. Mientras que Lenin era el líder indiscutido del Partido Bolchevique, Trotsky era el brillante organizador militar que dirigía el teatro de operaciones de la guerra. Viajando en su legendario tren, aumentó la moral en el Ejército Rojo y diseñó estrategias. También reintrodujo la estricta disciplina zarista al advertir que la igualdad entre soldados impedía la disciplina necesaria para el esfuerzo de guerra. Reimplantó las jerarquías y el principio de obediencia. Los desertores volvieron a ser fusilados, llegándose a organizar regimientos con los capturados aplicándoles la terrible decimatio. Se ajusticiaba a quienes desobedecieran las órdenes mientras que tanto los comisarios políticos como los bolcheviques comprometidos eran adscritos en diferentes rangos para asegurar la lealtad de los soldados. Así, cada regimiento de soldados bolcheviques tenía un destacamento de la Guardia Roja a sus espaldas listo para disparar a los que flaquearan durante las batallas.

Denikin, líder de los ejércitos Blancos, consigue reorganizar a los supervivientes y, junto con el atamán de los cosacos del Don, el general Krasnov, vence repetidamente al Ejército Rojo, controlando la Rusia meridional donde, en agosto de 1918, en Ekaterinodar, forma el gobierno de la Rusia Libre. El Ejército Blanco no hacía uso únicamente de su poder financiero, sino que contaron con apoyo exterior. Primero los aliados y, una vez acabada la guerra, la Entente prestó su influencia y tropas en apoyo del bando más conservador en un intento de que la Revolución no consiguiese traspasar las fronteras de Rusia. Las unidades terrestres de las potencias occidentales no fueron numerosas, al menos no lo suficiente como para alterar el sentido del conflicto civil. Su ayuda se manifestó esencialmente en mantener el control logístico de puertos relevantes a través de los cuales llegarían suministros armamentísticos y económicos.

Cartel de propaganda del movimiento blanco.

Hasta 14 países intervinieron en el conflicto: Checoeslovaquia, Alemania, Gran Bretaña, Japón, Grecia, EEUU, Francia, Polonia, Canadá, Serbia, Rumanía, Italia, China y Australia. Estos países no conformaron un bloque unido ni desarrollaron una acción conjunta. Aunque todos apoyaban a los ejércitos contrarrevolucionarios, estos eran tantos y tan variados que cada nación actúo y apoyó a aquellos que más le convenía. Siempre, eso sí, sin entrar directamente en combate con el Ejército Rojo.

Mientras la guerra se recrudecía en los distintos frentes, los bolcheviques endurecieron la represión interna de manos de la Checa, una policía política secreta encargada de actuar contra todo elemento contrarrevolucionario. Lo paradójico fue que este servicio fue implacable, no sólo contra zaristas o liberales, sino también contra socialdemócratas y socialistas. Al llegar a Moscú se instaló con 600 miembros; en julio ya contaba con 2.000. A partir de esta fecha, los efectivos policiales de los bolcheviques fueron superiores a los de la Ojrana de los tiempos de Nicolás II. Los dirigentes bolcheviques decretaron el “terror rojo” para oponerse al “terror blanco”.

Isaac Steinberg, comisario del pueblo de Justicia y miembro del PSR relata en sus memorias que mientras intentaba frenar las acciones ilegales de la Checa a principios de 1918, exclamó delante de Lenin: “¿Para qué un Comisariado de Justicia? Llamémoslo Comisariado del exterminio social, la causa será entendida”, a lo que este respondió: “Excelente idea, tal y como yo veo la cosa. Desgraciadamente, no podemos llamarla así”.

Las victorias absolutas del PSR y los anarquistas en aquellos lugares donde aún se celebraban elecciones libres inquietaban al poder. Como reacción, entre mayo y junio de 1918 cientos de periódicos fueron clausurados y se disolvió por la fuerza decenas de sóviets donde los social revolucionarios, mencheviques, anarquistas o cualquier otro tipo de fuerza había sido elegida democráticamente por delante del partido bolchevique. En las ciudades, la situación alimentaria continuaba siendo explosiva. 150 revueltas campesinas fueron brutalmente reprimidas en toda Rusia solo en julio de 1918 y en decenas de ciudades la Checa y la Guardia Roja cargaron contra las marchas del hambre, fusilando a los huelguistas y disolviendo las reuniones populares.

La despedida de los cosacos, Ferrer-Dalmau.

Como respuesta a la agitación popular, en septiembre millares de presos y sospechosos fueron masacrados a lo largo de toda Rusia. De manera complementaria, se aprobó un decreto que establecía tribunales especiales contra los “crímenes de prensa” en referencia a las posibles críticas que se pudiesen hacer desde los medios al Gobierno comunista. Por último, para evitar cualquier posibilidad de retorno al zarismo, se decidió en julio de 1918 ejecutar al Zar con toda su familia, incluso sus hijos e hijas pequeñas.

En 1919 la Guerra Civil adquirió vastas dimensiones extendiéndose por todo el territorio ruso mientras los ejércitos blancos y rojos desplegaban a centenares de miles de hombres. A pesar de estar en constante inferioridad numérica, los ejércitos blancos de Denikin derrotaron a los rojos durante todo el año, ocupando Ucrania, el Cáucaso y toda la Rusia Meridional y acercándose hasta las puertas de Moscú. En mayo de 1919 Denikin reconoce la supremacía de Kolchák, el mejor general de los blancos, que inicia una ofensiva imparable contra Moscú apoyado por las fuerzas internacionales.

No obstante, el Ejército Rojo dirigido por Trotski pasa a la contraofensiva. Los bolcheviques podían contar con el control del centro neurálgico de la Rusia europea industrializada, mientras que las tropas blancas ocupaban territorios periféricos y con escasas comunicaciones. Los ejércitos rojos, animados por el entusiasmo revolucionario, motivados por los comisarios y teniendo a sus espaldas a la Checa que se ocupaba de mantener firmemente el orden, prevalecen finalmente sobre los ejércitos blancos, siempre inferiores en número y desprovistos de un programa político unitario, minados continuamente en su frente interno, a pesar del valor de sus jefes y soldados, por discordias políticas, separatismos, traiciones y personalismos.

Además de los dos grandes ejércitos, una serie de grandes Señores de la Guerra medraron durante la Guerra Civil y, si bien fueron altamente beligerantes con los ejércitos rojos, su relación con los ejércitos blancos se puede considerar, en el mejor de los casos, como neutral. En la frontera mongola, el general Grigori Semiónov y el barón Roman Ungern von Sternberg, dominaban la región del lago Baikal, enfrentándose con éxito a los bolcheviques pero sin someterse a la autoridad de los blancos, siendo animados por Japón que favorecía la fragmentación de Rusia, para constituir un gobierno propio. Estos generales empezaron a atacar los convoyes de suministros que recorrían el ferrocarril transiberiano en la zona de Siberia Central, lo que fue determinante en la derrota del avance de Kolchak en los lejanos Urales. Por otra parte, Polonia, instada por los aliados y buscando una mayor expansión para salvaguardar su independencia entre las dos grandes potencias (Alemania y Rusia), declara la guerra a la Rusia bolchevique en febrero de 1919.

Kolchak, junto a oficiales de las fuerzas blancas.

A finales de 1919 el Ejército Rojo detiene y rechaza alejército contrarrevolucionario comenzando la reconquista de Siberia. Mientras los blancos resisten desesperadamente, el almirante Kolchák es capturado y fusilado. En el frente septentrional, ante la repentina huida de las tropas británicas por el giro de los acontecimientos, los ejércitos blancos son diezmados, masacrados y obligados a huir. En el frente meridional, los rojos avanzan reconquistando casi todos los territorios ocupados por los blancos. A finales de 1919 la victoria bolchevique era visiblemente solo cuestión de tiempo, lo que significó solo un mayor distanciamiento entre los aliados blancos, igualmente condenados. Ante la derrota general, Denikin renuncia a la jefatura en enero de 1920 y parte al exilio, desalentado por las traiciones de los Aliados internacionales y las discordias internas.

La jefatura de los ejércitos es asumida entonces por el general Petr Wrangel, limitado a defender sólo Crimea. Tras reorganizar las tropas que le quedaban, desencadena una última y desesperada ofensiva que le lleva a derrotar a los rojos persiguiéndolos hasta octubre de 1920. Pero la paz obtenida mientras tanto con Polonia permite a los bolcheviques atacar con todas sus fuerzas, derrotando definitivamente a los blancos. En noviembre de 1920 Wrangel y 140.000 blancos se embarcan en los puertos de Crimea para dirigirse hacia Constantinopla.

Retirada de las tropas de Kolchak.

Tras la derrota de los blancos en Crimea a finales de 1920, la principal resistencia al régimen soviético vino de las numerosas rebeliones internas de campesinos y opositores al régimen comunista que estaba implantándose en toda Rusia. Tras la victoria, las autoridades de Moscú finalmente pudieron implantar medidas de colectivización agrícola, quitándoles a los agricultores las tierras y producciones que tan solo pocos años antes les habían regalado para comprar su neutralidad durante la Guerra Civil. Las revueltas, iniciadas en su mayoría sin ninguna propuesta ni plan complejo, se fueron configurando en los ejércitos verdes, comenzando a presentar un programa político bastante similar a las ideas sociales revolucionarias y a la revolución de 1917. Sin embargo, su oposición a los bolcheviques se debía, principalmente, a un deseo de librar sus tierras del control de éstos más que a un plan político alternativo a nivel nacional. Interesados en defender los intereses locales, estos movimientos tomaron una postura esencialmente defensiva: no marcharían sobre Moscú.

En la primavera de 1919, comenzarían a surgir las primeras rebeliones de campesinos, favoreciendo el avance de los contrarrevolucionarios. Sin embargo, la torpe política de los blancos propició revueltas masivas en su propia retaguardia, garantizando definitivamente su derrota. Los verdes siempre les fueron hostiles, por eso sus sublevaciones contra los rojos solo se hicieron masivas tras asegurarse la derrota de los blancos. Una de las principales causas de esa hostilidad era ser identificados por el pueblo con la restauración del viejo régimen principalmente por el trato que daban sus oficiales y funcionarios al campesinado, muchos de ellos buscando venganza tras la ruina de haber perdido sus tierras. Los blancos nunca intentaron modificar la propiedad de la tierra y trataron de devolvérsela a los terratenientes y la nobleza, lo que en un país de mayoría rural como Rusia fue decisivo. Esto les impidió aprovechar la animadversión del campo hacía los soviéticos y ganarlo para su causa, empujando a muchos campesinos a unirse a estos cuando los blancos marcharon sobre Moscú. Por si fuera poco, los blancos jamás le dieron la importancia que merecía la propaganda en comparación a la maestría de los rojos, pues, para ellos, los campesinos tenían el deber de servir en sus ejércitos y, de no hacerlo, podían castigarlos. Jamás pensaron en persuadirlos.

Cartel de propaganda bolchevique. Viktor Deni 1920.

Cuando las últimas y derrotadas tropas blancas abandonaron Rusia, verdes y rojos quedaron frente a frente en el tablero de batalla, sin embargo, los ejércitos verdes de campesinos poco pudieron hacer contra un ejército ya veterano y perfectamente armado.

La represión fue brutal. El número total de muertos solo por la represión entre los campesinos fue de 240.000, entre ellos miles de civiles, familiares de los amotinados que, capturados en calidad de rehenes, murieron por las malas condiciones de vida. Otros miles sufrieron traslados forzados a Siberia y el norte de Rusia. Las políticas de represión contra grupos étnicos considerados contrarios al comunismo fueron extremas, siendo exterminados física y culturalmente. Sintomático fue el caso de los cosacos, que fueron reprimidos con la clara intención de eliminarlos como grupo social; el primero de muchos en la historia soviética. Los hombres eran fusilados, las mujeres y niños deportados, sus viviendas quemadas y sus tierras repobladas con colonos no cosacos. El genocidio se inició bajo el amparo de Lenin y continuaría con el gobierno de Stalin.

En las grandes urbes se producirá un fenómeno similar. Durante 1921 miles de socialistas, anarquistas y mencheviques, tanto simpatizantes como sospechosos de serlo, serán arrestados con destinos muy diversos, pero usualmente lúgubres, acusados de propiciar insurrecciones contra el Estado. Justificándose en la Guerra Civil, Lenin legalizó la violencia contra los opositores políticos. Cientos de intelectuales serían arrestados al poco tiempo, sospechosos de anti-bolcheviques. Esta política ya se había adivinado durante los primeros meses tras el golpe de Estado de octubre de 1917. En ese breve espacio de tiempo los bolcheviques ejecutaron a más personas por razones políticas que en todos los siglos anteriores de zarismo. Con la prohibición de expresa de los demás partidos en 1921, el totalitarismo de partido único quedaba así perfectamente entronizado, aunque Lenin también ordenó purgar al propio Partido para deshacerse de elementos potencialmente desleales o inútiles, centrándose principalmente en aquellos de origen campesino o no ruso.

El Terror Rojo fue mucho más sistemático, extendido y efectivo que el blanco. Cualquier oposición, real, potencial o imaginaria, era reprimida sin misericordia, incluso entre aquellos que más habían luchado por la revolución, como los marineros de Kronstadt. La población de las cárceles incluían todo tipo de personas y no había familia que no hubiera sufrido el arresto o desaparición de algún miembro, incluidos los propios obreros. Los únicos aliados de los bolcheviques fueron los eseritas de izquierda, aunque estos también acabaron finalmente reprimidos. El terror despiadado, pues, jugó su papel a la hora de suprimir las revueltas, pero la principal arma fue el hambre.

Las reservas de grano y demás alimentos fueron confiscadas y almacenadas a la fuerza, cuando vino una temporada de sequía, las comunidades de agricultores, antes muy autónomas, se hallaron dependiendo de los bolcheviques para sobrevivir. Abundaron los casos en que la desesperación llevó al canibalismo. El número de muertes ha sido estimado entre 2 y 5 millones de personas. Esta hambruna sería utilizada por el gobierno rojo para desamortizar numerosos bienes y terrenos de la Iglesia ortodoxa rusa, acusándola de acaparar comida y de impedir una mayor producción agrícola.

La persecución religiosa tampoco se hizo esperar. Primero se había separado la Iglesia del Estado, luego se expulsó de las escuelas. Se cerraron monasterios, convirtiéndolos en edificios institucionales y museos, incluido algunos dedicados al ateísmo, luego vendrían desfiles antirreligiosos y profanación de reliquias y lugares de peregrinación. Se inició la confiscación de los bienes eclesiásticos, masacrando a disparos a las masas de fieles que intentaban defender a los millares de religiosos que eran arrestados, siendo muchos de estos últimos enviados a los campos de concentración o directamente asesinados.

A la larga, el hambre se transformará en un arma contra sus enemigos internos por parte del Estado soviético. Para Lenin, el hambre tenía efectos positivos al embrutecer al hombre: “Al destruir la atrasada economía campesina, el hambre nos acerca objetivamente a nuestra final, el socialismo, etapa inmediatamente posterior al capitalismo. El hambre destruye no solamente la fe en el Zar, también en Dios”.

Los comunistas no veían en los campesinos, sino en el proletariado industrial urbano, su principal fuente de apoyo. Los agricultores y ganaderos estaban mucho más conectados con las jerarquías, la religión y modos de vida tradicionales que deseaban eliminar. La mejor manera de que no se opusieran por defender sus tradiciones, fe y propiedades, es decir, el sentido de su vida y los medios para vivirla, era impidiéndoles luchar teniéndolos al borde de la inanición a ellos y sus seres amados.

Presos trabajando.

En resumen, el conflicto acabó definiéndose por la escasa cohesión de la oposición al régimen bolchevique que permitió a este acabar con sus enemigos uno por uno. En sentido estricto no existía un Ejército Blanco como fuerza unificada. En la práctica, las fuerzas blancas fueron una confederación de grupos contrarrevolucionarios, nacionalistas y monárquicos. Zaristas, liberales, mencheviques, socialistas y anarquistas acabaron por hacer cada uno la guerra por su lado. La mayoría de los oficiales blancos eran monárquicos, pero otros grupos apoyaban otras tendencias políticas: demócratas, social revolucionarios, mencheviques… y otros personajes que eran opositores a la Revolución de Octubre por razones muy variadas. Las tropas de base, por su parte, incluían un grupo muy heterogéneo de ideologías pero con una razón común: su oposición a las políticas bolcheviques.

Al final no sería más que esa heterogeneidad y las consiguientes disputas políticas lo que acabaría abocando a los blancos a la derrota y permitiendo el triunfo de los bolcheviques. La URSS ya está aquí.

Bibliografía

La Revolución Rusa en 7 minutos, Academiaplay

Lorenzo, Pedro Luis. Personas con Historia, Ivoox.

El abrazo del oso, Podcast.

Diez días que estremecieron el mundo, John Reed.

Lenin, la otra cara de la Revolución Rusa, documental.

La Revolución rusa, Cuadernos Historia 16.

Revolución de Octubre, Histocast 148.

La Linterna de Diógenes, Podcast.

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