Fernando el Católico en Maquiavelo

Para Martínez Arancón, en Maquiavelo, «dos de los modelos más acabados del príncipe ideal son españoles: César Borgia y Fernando el Católico».

Grabado de Nicolás Maquiavelo.

Precisiones sobre Il principe

Como reconoció el insigne historiador español J. A. Maravall, «a D. Fernando se le toma en su entera personalidad, dotada de una completa y significación histórico-política, como definidor de un sistema de gobierno, de una manera conjunta y sistemática de entender la obra política». (Maravall 1956, 10-12).

De acuerdo con Ana Martínez Arancón en su estudio preliminar de El príncipe, «[…] la política de Fernando el Católico, ejemplo vivo de muchas de las reglas de gobierno recopiladas en El príncipe, es reivindicada como modelo de la conducta de un príncipe sagaz pero cristiano, afirmando su ortodoxia moral». (Maquiavelo 1993, 32-35). Hace tiempo que Maquiavelo trabajaba en la redacción de su obra y bien se podría decir que Maquiavelo fue un testigo de la época, no solo un estudioso de la historia política. Sobre la redacción de un tratado de política, en diciembre de 1513, ha dicho en una carta: «he anotado todo aquello de que por la conversación con ellos he hecho capital, y he compuesto un opúsculo De principatibus, donde profundizo todo lo que puedo en las meditaciones sobre este tema, disputando qué es principado, de cuáles especies son, cómo se adquieren, cómo se mantienen, por qué se pierden». (Maquiavelo 2015, 117). Siguiendo a Menéndez Pidal, «Maquiavelo acaba «Il Principe» en 1513, tres años antes de morir Fernando…». (Menéndez Pidal 1951, 1).

Cuando Maquiavelo proyecta a Fernando el Católico en su obra, lo retrata como un monarca que está en su pico de poder, que ha hecho la base de su principado la conquista de Granada y que ha unificado su territorio, al punto de que se refiere al rey de España y no al rey de Castilla, ni al rey de Aragón. Maquiavelo aleja a su retrato de D. Fernando de los principios cristianos, al menos reconociendo que éste actúa según el contexto y la necesidad, y lo acerca al modelo de príncipe cauteloso; retrato al que se opondría, por ejemplo, Baltasar Gracián.

Francisco Javier Conde acierta al expresar que «la hazaña femandina consiste para Maquiavelo en haber tejido maravillosamente una trama gloriosa de acciones sucesivas que le ha permitido concentrar en su mano el poder entero después de sojuzgar a los poderes feudales». (Conde 1948, 248). La gloria y la fama fueron los grandes méritos de D. Fernando según Maquiavelo, pues le granjearon un «Stato seguro». Pese a que Maquiavelo siente que España es parte del caos itálico, por cuanto la península itálica se encuentra disgregada, él ve en naciones como España, o Francia misma, un modelo de unidad política y de Stato consolidado.

El príncipe, según el razonamiento de Francisco Javier Conde, viene a significar una forma de juicio público en el contexto de Fernando el Católico. Por eso dice que el juicio público está destinado a la estampa y que «junto a él y casi coetáneo, hay un juicio «privado», en cierta medida confidencial, que figura en la correspondencia con Francesco Vettori». (Conde 1948, 248). Respecto a su correspondencia, que es la fuente por excelencia para los expertos en la obra de Maquiavelo, ahondaremos más adelante.

Juan Beneyto Pérez apunta sobre el florentino y su radiografía de Fernando el Católico: «conocedor de la idiosincrasia de los castellanos [Maquiavelo], viene a decir en su Príncipe, Fernando les conducía a empresas de empeño y acción exterior que cubriesen el celo de su independencia ante el peligro que veían por la unión». (Beneyto Pérez 1944, 468).

Grabado de Fernando el Católico

Fernando el Católico, maestro de lo político

Son comunes, sabemos, los espejos de príncipes en la tradición hispánica y el excesivo celo en el adiestramiento de los reyes españoles, lo que podríamos llamar un auténtico magisterio. En este arte, incluso por influjo de su padre, D. Fernando fue un erudito. Como dice Beneyto Pérez, «Fernando significa de un lado la recepción consciente de la formación política bajomedieval, a la que no se limita a servir como cualquier discípulo, sino que interpreta y lanza como un maestro, ya que la resuelve no según la lógica de la época que muere, sino de acuerdo con la Edad que acaba de abrirse». Por otro lado, D. Fernando «supone la realización de la figura del Príncipe ideal soñada por la Edad Media y exaltada por Maquiavelo, síntesis de la literatura conciliarista, en sorprendente forma de excepcional vigencia». (Beneyto Pérez 1944, 472).

Pero no nos confundamos, Fernando no es un príncipe típicamente moderno; persiste en él el ideario hispánico, una síntesis entre la astucia aragonesa y la intransigencia castellana. Hablamos todavía de un príncipe cristiano en toda regla. Fernando actúa según el nuevo contexto que se abre en Europa pero desde las limitaciones tan típicas de su credo, de su fe. Por esta razón dice Maravall que «indudablemente, en la conducta del Rey Católico ante una serie de problemas internos —subordinación de los señores, restauración y desarrollo de la jurisdicción real, absorción de las órdenes militares, etc.— puede verse hasta qué punto ese pensamiento político, tan de tipo moderno en sus fines, se sirve para alcanzarlos de las posibilidades que el Derecho medieval del reino podía proporcionarle». (Maravall 1956, 15).

Ilustración en las que aparecen en el siguiente orden: 1) heraldo, 2) Isabel la Católica y 3) Fernando el Católico. Autoría de Osprey Publishing.

De lo que debe hacer un príncipe para ser estimado

Así se titula el capítulo XXI de El príncipe, en el que Nicolás Maquiavelo escribe que «nada hace estimar tanto a un príncipe como las grandes empresas o el dar de sí ejemplos extraordinarios». Seguido de esto, sentencia que «en nuestro tiempo tenemos a Fernando de Aragón, actual rey de España. Podemos casi llamarle príncipe nuevo, ya que de rey débil que era se ha convertido por su fama y por su gloria en el primer rey de los cristianos; y si examináis sus acciones, las encontraréis todas grandiosas y alguna extraordinaria». (Maquiavelo 1993, 91). Como hemos dicho anteriormente, la conquista de Granada es el hecho más resaltante para Maquiavelo en la historia de D. Fernando porque éste «la realizó en un momento en que no tenía otras ocupaciones ni peligro de ser obstaculizado: mantuvo en ella los ánimos de los nobles de Castilla, que absortos en aquella guerra no tenían ya tiempo para conspirar» y que «él adquiría, entre tanto, reputación y poder sobre los nobles sin que ellos lo advirtieran». (Maquiavelo 1993, 91-92).

Lámina de Florencia en el s. XVI, ciudad de donde es oriundo Maquiavelo y estuvo todavía en 1513 mientras redactaba su tratado de política.

La correspondencia de Maquiavelo

En una carta fechada 29 de abril de 1513, Maquiavelo responde lo siguiente a Vettori: «veréis en el rey de España astucia y buena fortuna, antes que saber o prudencia; y yo cuando veo que alguien comete un error, supongo que comete mil; y nunca creeré que bajo este partido tomado ahora por él pueda haber otra cosa que lo que se ve, porque no bebo nombres, ni quiero que en estas cosas me mueva ninguna autoridad sin razón. Por lo tanto yo quiero concluir que España puede haber errado, y haber entendido mal y resuelto peor». (Maquiavelo 2015, 80).

En la misma carta, continúa: «si habéis observado los consejos y los progresos de este católico rey os maravillaréis menos de esta tregua. Este rey, como sabéis, de escasa y débil fortuna ha venido a esta grandeza, y siempre ha tenido que combatir con estados nuevos y súbditos dudosos, y uno de los modos con que los estados nuevos se mantienen, y los ánimos dudosos o se afirman o se mantienen suspensos e irresolutos, es dar de sí gran expectativa, teniendo siempre a los hombres con el ánimo elevado considerando el fin que habrán de tener los partidos y las empresas nuevas». (Maquiavelo 2015, 82). Conde afirma que tanto Fernando el Católico como España son para Maquiavelo modelos de «reputación», «arquetipos de aquella dimensión de la sabiduría maquiavélica que hemos denominado «retórica»». (Conde 1948, 249-250).

Grabado con los blasones de Castilla y Aragón.

Fernando el Católico, príncipe nuevo

Para el historiador español Menéndez Pidal, es arbitraria la forma en que el florentino califica a Fernando el Católico, ya que da a entender que el monarca aragonés era, sin más, un político astuto que esperaba escapar de las situaciones complicadas valiéndose del oportunismo. Lo dice en estos términos: «es un preconcepto bien arbitrario el querer Maquiavelo ejemplificar en el Rey Católico un tipo literario de político que, en la intricada sucesión de los acasos, entra en un negocio a ciegas y con «ánimo», buscando reputación, y sin saber que puede resultar, espera salir adelante con fortuna o con astucia o con engaño. Todo lo contrario. El del Rey Católico es el reinado más cuidadosamente planeado que la Historia puede presentar; el menos confiado a los azares de la suerte». (Menéndez Pidal 1951, 7).

En la vía de Gracián, Menéndez Pidal defiende el ideario tradicional de Fernando el Católico. Por tal razón, afirma que «Fernando guía sus actos desde un punto de vista muy español, y por tanto muy tradicional; piensa como sus antepasados los otros reyes españoles, quienes sabían o debían saber que su ocupación primordial era combatir a los infieles». (Menéndez Pidal 1951, 7-8). Esto también se defendió, un siglo antes, en la obra de de Eduardo Ibarra y Rodríguez sobre Fernando el Católico y el descubrimiento de América. En su vindicación a D. Fernando, concluye que América no se hubiera descubierto sin su papel (Ibarra y Rodríguez 1892, 187), ni siquiera habría sido gobernable sin sus reservas y constante gobierno de las cosas. Este genio misionero, cruzado, de D. Fernando también lo expuso Ricardo Cappa al sugerir que la empresa de Colón era secundaria frente a lo principal, expulsar al infiel de la península. (Cappa 1887, 2).

Dalmacio Negro también visualiza una sujeción a un ideal determinado, en este caso el cristiano y medieval. Afirma que «la obra estatal fernandina —formalmente el monopolio de las armas y de
la política, es decir, ejército, hacienda, burocracia, si bien la soberanía y el derecho estatal o público sólo relativamente— que tanto atrajo la atención de Maquiavelo y Guicciardini, quedó, por decirlo así, comparativamente anquilosada desde el punto de vista de la historia del Estado. Seguramente porque su éthos medievalista se lo imponía, puesto que el Estado significa un orden estatal, mientras que aquel descansaba en el ordenalismo medieval»
. (Negro Pavón 2004, 306-307).

Ahora bien, puede ser que Maquiavelo yerre en los caracteres que atribuye a Fernando el Católico pero no a la nueva forma de gobernar. Su radiografía sobre los nuevos príncipes, en tanto soberanos innovadores, no es falsa ni errónea. Al contrario, está diagnosticando la política en su forma renacentista y la evolución de las formas políticas. Hay que reconocer que «Maquiavelo había captado lo esencial del Estado en las Signorie, sobre todo en su Florencia natal, donde se ocupaba de las relaciones exteriores, de suma importancia para la señoría florentina, que pugnaba por conservar su independencia: en la monarquía de Fernando de Aragón, de la que estaba bien informado nada menos que por Guicciardini; en los actos y propósitos de César Borgia, otro hispano-italiano, fracasado empero en su intento de construir un Estado en el centro de Italia; y, en general, en las relaciones entre los poderes políticos europeos, cuyos secretos conocía por algunos viajes y su posición privilegiada en la Signoria florentina. El Príncipe es en cierto modo sus memorias, en las que relata los entresijos de la innovadora forma de gobernar de los nuevos príncipes». (Negro Pavón 2010, 130). Sobre esto, el catedrático español afirma certeramente que «Fernando el Católico, a pesar de no ser un innovador, era del nuevo tipo de político calculador; en realidad, lo que le interesaba de él a Maquiavelo, al verlo como un príncipe nuovo, figura en la que estaba tan interesado, era su política de fundación de un principato nuovo». (Negro Pavón 2004, 316).

Gargano, muy en la línea de los autores de los que nos hemos valido anteriormente, concluye lo siguiente: «Si se recorre mentalmente el retrato de Fernando contenido en El Príncipe, es fácil advertir la perspectiva de teoría política desde la que el retrato se realiza, puesto que en el soberano español se puede reconocer la imagen del príncipe nuevo, cuya acción política ha sido dirigida al conseguimiento de los dos mencionados objetivos, el de la cualidad militar y la cohesión estatal, ambos alcanzados por Fernando confiando en sus «arme proprie», por un lado, y, por el otro, asegurándose el favor del pueblo y de los grandes». (Gargano 2014, 103). No cabe duda de que D. Fernando representa el nuevo arquetipo de príncipe y un paradigma en la realidad estatal, pues España de alguna forma inaugura la era estatal aunque luego termine por disolverse en la fórmula imperial con el descubrimiento de las Indias y el establecimiento de la idea de monarquía universal. El estudio de D. Fernando en la obra de Maquiavelo tiene el propósito de abrir paso a los nuevos principados, a su estudio y a la idea de que el poder ha de estar separado de la moral, como será común en la creencia moderna y racionalista.

Pero como hemos insistido previamente, hay que ser cuidadosos con los caracteres y las tipologías a la hora de definir la forma de mando y el modelo político de Fernando el Católico. Ni de lejos podríamos considerarlo moderno a plenitud, ni del todo estatal por mucho de lo que ya se ha repetido hasta la saciedad. A su figura se le ha imputado cierto «absolutismo» a lo que ya ha contestado el hispanista Henry Kamen, alegando que en España el concepto absolutismo se usa para describir cualquier forma de autoridad política. Su opinión es demoledora: «en la práctica, «absolutus», tal como se define desde la época medieval, simplemente significaba poder que estaba exento de controles; y sabemos que el poder de Fernando distaba mucho de ser incontrolado. No sólo fue su poder limitado por la ley, por tradición, y por las Cortes, sino que también estaba obligado a compartir casi todas sus funciones con su esposa». (Kamen 2014, 21). Luis Suárez Fernández camina por el mismo trayecto: «no podemos hablar de absolutismo, aunque sí de autoritarismo: todas las instituciones funcionaban con un alto grado de autonomía pero al rey correspondía decir la última palabra. No olvidemos que, para Fernando, la moral cristiana y los usos y costumbres propios de cada reino formaban la barrera que no se debía franquear». (Suárez 2004, 100).

Grabado con el sarcófago de Fernando el Católico.

Conclusión

Fernando el Católico era un hombre de muchas luces, portador de sabiduría política y sobre todas las cosas, un gobernante legalista; uno que no estaba dispuesto a quebrantar las leyes de su reino ni a pisotear las tradiciones de sus súbditos. Maquiavelo se redujo a ver la innovación de la técnica política, a describir la maquinaria política de Fernando de Aragón. Unos han atacado su figura, otros lo han revindicado. Cada día que avanza la historiografía, y análogamente la ciencia política, Fernando resulta ser, aún en el presente, un gobernante virtuoso. Un punto intermedio entre lo medieval y lo moderno, entre la tradición y la ruptura. Es el forjador, junto a su esposa, D. Isabel la Católica, de la unidad española y de la gran empresa universal de las Indias.

El aragonés tenía facultades sorprendentes. Como dice Suárez, «Fernando demostraba prácticamente una de las dimensiones más fecundas de la monarquía: capacidad para atraer colaboración incluso de aquellos que se mostraran antes enemigos». (Suárez 2004, 156). D. Fernando añoraba la unidad española, la grandeza del reino, no su propia grandeza ni su propia permanencia en el poder. En España, para recordar su grandeza imperial, se suele hablar del queridísimo monarca y emperador Carlos I (y V) omitiendo que, incluso Fernando el Católico fue una figura influyente que marcó la pauta a seguir del joven rey, su nieto, dejándole además una formidable estructura política y una larga línea de redes políticas, dinásticas, diplomáticas, etc. No se puede pensar en España, en la gran idea que se peleó por más de cuatrocientos años, sin el papel del monarca aragonés.

Bibliografía:

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  • Cappa, R. Colón y los españoles. Madrid: Imprenta de Ángel B. Velasco, 1887.
  • Conde, Francisco Javier. El saber político en Maquiavelo. Madrid: Publicaciones del Instituto Nacional de Estudios Jurídicos, 1948.
  • Gargano, A. «La imagen de Fernando el Católico en el pensamiento histórico y político de Maquiavelo y Guicciardini» en La imagen de Fernando el Católico en la Historia, la Literatura y el Arte (2014), 83-104.
  • Ibarra y Rodríguez, E. D. Fernando el Católico y el descubrimiento de América. Madrid: Imprenta de Fortanet, 1892.
  • Kamen, H. «Fernando el Católico, el absolutismo y la Inquisición» en La imagen de Fernando el Católico en la Historia, la Literatura y el Arte (2014), 15-28.
  • Maquiavelo, N. El príncipe. Barcelona: Ediciones Altaya, S. A ., 1993.
  • Maquiavelo, N. Epistolario 1512-1527. México, D. F.: Fondo de Cultura Económica, 2015.
  • Maravall, J. A. El pensamiento político de Fernando el Católico. Zaragoza: Institución Fernando el Católico, 1956.
  • Suárez, L. Fernando el Católico. Madrid: Ariel, 2004.
  • Menéndez Pidal, R. «Los Reyes Católicos» en Archivum: Revista de la Facultad de Filosofía y Letras 1 (1951), 3-27.
  • Negro Pavón, D. «El Estado en España» en Anales de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas 81 (2004), 295-333.
  • Negro Pavón, D. Historia de las formas del Estado. Madrid: El Buey Mudo, 2010.
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