Los Disturbios de Niká

En el año 532, a lo largo de una semana en Constantinopla tuvieron lugar los Disturbios de Niká, que pusieron en jaque el gobierno del emperador Justiniano I el Grande. Bajo el grito Niká, parte de la población inició unos disturbios que arrasaron con la urbe y que pudo haber acabado con el poder de Justiniano. Conozcamos un poco más en detalle esta efeméride.

Justiniano I y su séquito (Mosaico en la Iglesia de San Vital de Rávena).

El Hipódromo

El principal escenario de los disturbios durante enero del 532 fue el hipódromo de Constantinopla y es clave entender su importancia. Éste era uno de los lugares preferidos por sus habitantes para entretenerse con las carreras de carros. No era sólo un sitio para espectáculos, sino que allí asistían los emperadores, dando a la población la oportunidad de expresar sus demandas, a las que el emperador respondería.

Es decir, el hipódromo era el punto en el que el emperador se relacionaba con el pueblo; una relación compleja en la que Justiniano se percató de que ceder a las demandas no siempre era la solución. Asimismo, para entender mejor los acontecimientos es importante saber que el hipódromo estaba conectado con el Palacio Imperial, de tal forma que el emperador accedía desde un pasadizo directamente a su palco, el kathisma, de gran importancia en la Revuelta de Niká. Con todo esto en mente, no es extraño que los disturbios comenzasen y terminasen en este punto de la urbe imperial.

Mapa del distrito palacial de Constantinopla.

Facciones

Las facciones (demes), eran una especie de asociaciones de espectadores que apoyaban a un equipo concreto de aurigas. No necesariamente tenían que ser grupos violentos, aunque fue relativamente habitual que terminasen ejerciendo presión al gobierno imperial con la extensión de disturbios iniciados en el hipódromo. Aunque, de forma general, en raras ocasiones se extendían al resto de la ciudad.

Los diferentes equipos de aurigas, se identificaban con colores, pero a la altura del 532, tan sólo quedaban dos grandes equipos en Constantinopla: los Prasini (color verde) y los Veneti (color azul). Son estos colores los que darán nombre a las dos facciones, las cuales terminaron convirtiéndose en una especie de partidos políticos que expresaban sus ideas en el hipódromo. Dentro de los demes, encontramos a los stasiotes, grupos de jóvenes que tomaron la apariencia de los hunos y que solían ser los que más violencia causaban.

Causas

Existen principalmente dos factores que sirvieron de alicientes para el estallido de la Revuelta de Niká, aunque no fuesen la causa directa de su estallido. La primera es una causa dinástica. El Imperio fue gobernado por Anastasio I hasta su muerte en el 518; en lugar de ser sucedido por un familiar, la corona recayó en Justino I, militar de orígenes humildes que consiguió el poder gracias a su astucia. Justino fallecería en el 527, dejando la corona sobre la cabeza de su sobrino Justiniano I. El problema para éste fue que aún quedaban vivos parientes de Anastasio, concretamente serán importantes tres sobrinos: Probo, Hipacio y Pompeyo.

Anastasio I en la Crónica de Núremberg.

En segundo lugar, encontramos causas de origen político, nacidas de la animadversión de la población y las élites a la administración imperial. Cuando Justiniano I llegó al trono fue consciente del lamentable estado del erario público. El emperador nombró prefecto pretoriano a Juan de Capadocia; debía llenar el tesoro y reducir costes del Estado. El nuevo prefecto implementó una serie de reformas fiscales que sirvieron para enfadar a nobleza y pueblo, mientras él se enriquecía. También encargó a Triboniano, cuestor del palacio sagrado, reformas legislativas para crear un código legal simplificado. Sin embargo, pronto comenzó a adquirir reputación de codicioso.

Sea como fuere, todos aquellos que estaban descontentos con las diversas reformas administrativas encontraron una voz en las facciones del hipódromo, tanto en verdes como en azules. Justiniano intentó frenar la cada vez mayor influencia de ambas facciones con la emisión de un edicto que exigía respeto a la ley. Intentaba frenar la violencia, pero solo consiguió incrementar la aversión a su persona.

Una ejecución fallida

La violencia y el descontento se fueron incrementando paulatinamente hasta que el sábado 10 de enero del 532 las facciones fueron más allá de lo permisible. Tras enfrentarse los demes en el hipódromo, llevaron la lucha a las calles de Constantinopla. El resultado fue el asesinato de un ciudadano cerca de la la Iglesia de Santa Sofía.

Justiniano decidió que era el momento de restaurar el orden: encargó al prefecto de la urbe, Eudaimon, que terminase con la lucha callejera. La misión fue cumplida y se arrestaron a diversos demes, siete de ellos culpables de asesinato. Cuatro fueron sentenciados a decapitación, tres a horca. De forma casi milagrosa, dos de ellos sobrevivieron cuando la cuerda de la horca se rompió. Unos monjes de San Cono los encontraron con vida y los llevaron a la iglesia de San Lorenzo, la cual fue «asediada» por tropas del prefecto para evitar la huida de los reos. Para desgracia del emperador, los supervivientes pertenecían a ambas facciones, uno era azul y el otro verde.

El inicio de la revuelta

Tres días después, durante los idus del 13 de enero, como era costumbre, se celebraron carreras en el hipódromo. Cuando Justiniano apareció en el kathisma, verdes y azules suplicaron misericordia para los dos supervivientes. El emperador no respondió. Los gritos se repetían carrera tras carrera hasta que, de pronto, al unísono gritaron: ¡Niká! («¡Victoria!»; grito habitual en el hipódromo). Las facciones se habían unido contra Justiniano. Daban comienzo así los disturbios, pero iban a ser diferentes a los anteriores y el emperador no tenían intención de ceder lo más mínimo.

Poco a poco la revuelta salió del hipódromo para extenderse por Constantinopla, al tiempo que el emperador y los más cercanos se refugiaban en el palacio. Al caer la noche, los alborotadores se dirigieron al pretorio para exigir la liberación de los supervivientes. Como no obtuvieron respuesta, irrumpieron para liberar a los presos y prender fuego al edificio. Las llamas no tardaron en extenderse hacia la Casa de Bronce (parte del palacio), la iglesia de Santa Sofía y uno de los dos senados de la ciudad.

Miércoles 14 de enero

El miércoles los juegos debían continuar, pero el fuego seguía arrasando la ciudad. Justiniano debía mantenerse firme en su decisión, pero necesitaba calmar la situación. Por su parte, los alborotadores endurecieron su postura: solicitaron la destitución de Juan de Capadocia, Eudaimon y Triboniano. Justiniano pensó que cediendo ante esta demanda la muchedumbre se apaciguaría. El emperador no podía estar más equivocado.

Representación de una carrera de carros (Chariot Race in the Circus, Raffaello Sorbi).

La situación no cambió en absoluto y la multitud se agolpaba en las puertas del palacio. Justiniano tuvo que enviar a Belisario junto a una fuerza de godos a intentar reprimir la revuelta. A pesar del daño que consiguió infligir a los alborotadores, la ciudad siguió ardiendo. Ahora los demes comenzaron a demoler edificios, de tal forma que hacia la tarde-noche, lo que comenzó siendo vandalismo se convertía en insurrección.

De jueves a sábado

El jueves, la multitud se dirigió a la casa de Probo, sobrino de Anastasio, para aclamarlo como emperador, pero éste se había asegurado de marcharse a tiempo precisamente para evitarlo. Él era, en estos momentos, el único candidato viable, pues Hipacio y Pompeyo se encontraban en el palacio junto a Justiniano y no podían hacer nada.

Al día siguiente, los disturbios continuaron. Justiniano decidió que era hora de llamar a la capital a las tropas acantonadas en Tracia. De esta forma, aquellos soldados entraron en Constantinopla el sábado y comenzaron una sangrienta lucha contra los insurrectos. A pesar de la mejor disciplina de los soldados, de nada servía; se veían superados por el mejor conocimiento de la topografía urbana de los alborotadores. Mientras tanto, en el palacio Justiniano debatía con sus consejeros cual era el mejor camino. Era necesaria una nueva estrategia.

Cuando llegó la tarde, el emperador expulsó del palacio a algunos senadores de los que desconfiaba, entre ellos se encontraban Hipacio y Pompeyo. Para algunos investigadores fueron estos senadores, hostiles a Justiniano, quienes aprovecharon la situación para intentar erigir a un emperador favorable a sus intereses. Esta idea proviene de la dificultad en pensar que los demes quisiesen eliminar Justiniano desde el primer momento, sino que más bien fue el contexto el que los llevó a urdir un complot.

De nuevo en el hipódromo

En cualquier caso, llegamos así a la mañana del domingo 18 de enero del 532. Al amanecer, Justiniano reapareció en el hipódromo. Desde el kathisma, sosteniendo en sus manos los Evangelios, reconoció su error y prometió una amnistía si regresaban a casa. Algunos sectores se mostraron de acuerdo, pero otros lo insultaron. El emperador regresó al palacio tras el infructuoso intento de reconciliación. A estas alturas sólo le quedaba una opción: la represión total.

Esto ocurría en el hipódromo, pero al mismo tiempo los alborotadores ofrecieron la púrpura a Hipacio. El sobrino de Anastasio I estaba en una situación compleja: si no la aceptaba podía morir allí, pero de aceptar la corona y fracasar la insurrección correría el mismo destino. Hubo algo que determinó su decisión final: se extendió el rumor de que Justiniano había huido de la ciudad. Con esa información, Hipacio aceptó la corona imperial. La muchedumbre lo llevó al Foro de Constantino, donde le entregaron unas insignias imperiales improvisadas. Tras aquel acto de clara rebeldía fue llevado al hipódromo junto a su hermano Pompeyo. Allí, se subió al kathisma y fue aclamado por la multitud.

Emperatriz Teodora (Mosaico en la Iglesia de San Vital de Rávena)).

Cuando Justiniano se enteró de los sucesos del hipódromo sintió un auténtico pavor que le tentó a huir de la ciudad. Sin embargo, las fuentes indican que fue su mujer, la emperatriz Teodora, quien consiguió persuadir a su esposo para permanecer en la capital. Según Procopio, testigo de los acontecimientos, Teodora realizó un discurso frente a Justiniano y sus consejeros en el que dijo:

«En cuanto al hecho de que una mujer entre hombres no debe mostrar atrevimiento […], yo creo que la actual coyuntura de ningún modo permite considerar minuciosamente si hay que considerarlo así o de otra manera. […] Yo al menos opino que la huido es ahora, más que nunca, inconveniente, aunque nos reporte la salvación. Pues […] al que ha sido emperador le es insoportable convertirse en prófugo. No, que nunca me vea yo sin esta púrpura […] Y lo cierto es que si tú, emperador, deseas salvarte, no hay problema […] Considera, no obstante, si, una vez a salvo, no te va a resultar más grato cambiar la salvación por la muerte.»

Procopio de Cesárea, Historia de las Guerras.

Nekpá

Una gran multitud se agolpaba en el hipódromo aclamando a Hipacio. Le habían otorgado a Justiniano una oportunidad para atacar. El general Narsés fue enviado con la misión de dividir a las facciones y conseguir que los azules apoyasen al emperador. Mientras, Belisario debía ir al kathisma desde el pasadizo del palacio para capturar a Hipacio y, por su parte, el general Mundo tomaría posiciones en las puertas al sur. Cuando Belisario llegó a la entrada del kathisma, los soldados se negaron a abrir las puertas, por lo que Justiniano le ordenó que entrase al hipódromo desde las puertas del norte.

Así, Belisario, desde su nueva posición, inició el ataque, seguido por Mundo desde el extremo opuesto. Era una trampa completamente cerrada. El hipódromo estaba tan lleno que unos se presionaban a otros sin posibilidad ninguna de defenderse. El resultado fue una auténtica masacre que se alargó hasta la noche. Cuando la matanza terminó los cuerpos se arrojaron debajo de las gradas, a un lugar que durante siglos fue conocido como nekpá («lugar de la muerte»). Las cifras de muertos aquel domingo de enero se han estimado entre 30.000 y 35.000 personas.

El fin de la Revuelta de Niká

La masacre ordenada por Justiniano consiguió apaciguar los disturbios. Hipacio y Pompeyo no tendrían mejor suerte que el resto: ambos fueron ejecutados al día siguiente, arrojando sus cadáveres al mar. Los disturbios se apagaron lentamente, dejando la imagen de una Constantinopla en desorden y arrasada desde las puertas del palacio hasta la entrada de la ciudad. A pesar de las sospechas que Justiniano tenía sobre la colaboración de la élite que lo despreciaba, este nunca quiso venganza.

Consecuencias

Justiniano, con la revuelta ya sofocada, pudo hacer balance de los daños causados tanto a la ciudad como a su imagen. Buena parte de la urbe fue presa de las llamas, pero esto permitió al emperador iniciar su programa de construcción. Entre los nuevos edificios que tenía en mente, destaca la Basílica de Santa Sofía, cuya construcción comenzó apenas 45 días después de que finalizase la revuelta y lo hizo en el lugar donde, hasta que ardió, se había encontrado la basílica fundada por Teodosio II (408-450). Junto al plan de construcción, Justiniano ahora pudo sujetar todos los mecanismos de poder, lo que le permitió restituir a Juan de Capadocia y convertir al Senado de Constantinopla en un instrumento útil. Además, ahora tenía las manos libres para iniciar su Renovatio Imperii: el plan con el que buscaba reconstruir el Imperio Romano.

Bibliografía

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