La Cena de los Mediocres

Ilustración de Stéphane Wootha Richard. ArtStation

Los griegos de antaño,  educados en la tradición homérica y en unos sólidos valores meritocráticos (tal cómo entendemos “meritocracia” hoy en día), anhelaban la inmortalidad.  No estaba reservada al común de los mortales. Había que conquistar los Campos Elíseos con arrojo (una muerte heroica, una vida virtuosa…) En la actualidad asistimos a un panorama bien diferente. Occidente se ha alejado mucho de aquellos valores ejemplarizantes, las aspiraciones son otras,  los modelos han cambiado; especialmente, y muy a nuestro pesar, en nuestro querido país donde pulula y prolifera por doquier una figura: “el mediocre”.

El mediocre transita por esta vida efímera sin pena ni gloria. Cuando muere su alma se extingue sin dejar rastro alguno; su legado es inexistente.

España es un gran país con gente muy valiosa, pero posiblemente sea uno de los países con mayor tasa de mediocridad. Este índice, presumirá el lector, su medición supone una labor espinosa y delicada, pero no imposible. Para poder aproximarnos a la figura del “mediocre” os invito a que asistáis conmigo a una cena.

20 de Diciembre. Mi nombre es Leopoldo. Llevo apenas dos meses contratado en régimen de autónomo en una nueva empresa de Consultoría. Una de las grandes. Nada tengo yo que ver con este mundo, pero no sé cómo diablos dieron conmigo y me ofrecieron un puesto a tiempo parcial en su empresa cómo “Subject Matter Expert” porque consideraban que por mi perfil creativo, encajaba perfectamente en un puesto que habían creado a medida, para un nuevo proyecto. Aquí en consultoría se manejan con anglicismos constantemente. También es lógico, pues la empresa es americana y muchos de los proyectos son a escala global y constantemente hay que estar en contacto con Londres, Nueva York, Bahrein o Hong Kong. Yo cursé los estudios de arquitectura, algo muy habitual en mi familia, aunque siempre he sido persona inquieta y me he ganado el pan con diversos menesteres. Desde la pintura y el dibujo hasta el diseño gráfico e industrial, pasando por la escritura; y por supuesto la arquitectura. Digamos que soy arquitecto por “tradición”, pintor y dibujante por “afición”, diseñador por “inclinación”, y ahora freelance en consultoría por “intrusión”, y… porque me pagan muy bien, dicho sea de paso. Parafraseando a Juvenal, poeta latino, me considero un rara avis in terris, una especie en peligro de extinción, una suerte de humanista del renacimiento que la especialización de los tiempos modernos ha llevado paulatinamente a su defunción, (hecho que por ejemplo, apesadumbraba enormemente a Dalí). Últimamente, como podrán sospechar, ando bastante enredado en mil historias y tengo tiempo para bastante poco. Mi mujer además no para de recordármelo. Me reprocha que dedico poco tiempo a mis hijas. Exagera. Con todo esto, el año pasado se me ocurrió la peregrina idea de matricularme en “Geografía e Historia” por la UNED. Imagínense…

Hoy es 20 de Diciembre y me encuentro en una situación totalmente desconocida para mí: la temida cena de Empresa.

Nos han convocado en un conocido hotel en el Paseo de la Castellana. En su interior se encuentra un restaurante que ha sido condecorado con varias estrellas Michelín, según me informan. Me abordan sudores fríos. Detesto la “nueva cocina” o como los finolis y cursis llaman “nouvelle cuisine”, que viene a ser lo mismo sólo que en un idioma que suena mucho más esnob. Mi odio no es una pose proselitista. Simplemente es que no me gusta.  La “nueva cocina” se me hace bola.  Soy considerablemente especial con la comida. Siempre indico que soy persona de gustos elevados y refinados; un gourmet, por tanto, no ingiero cualquier comistrajo. Si alguien desea conquistar mi paladar, lo mejor es que me prepare unos buenos huevos fritos con patatas. Creo que no es el caso. Por lo visto nos han preparado un menú degustación con infinidad de platos que tendré que probar con indolente semblante. Los probaré todos por no dar el cante. Esta clase de eventos sociales me parecen de una frivolidad y vulgaridad pasmosa. La gente adopta una postura artificial. Todo es ficticio, aparente e impostado. Nunca me he sentido demasiado cómodo en estas cenas, es un miedo atávico que arrastro, no me encuentro en mi salsa; y menos en compañía de perfectos desconocidos, en un escenario tan aterrador. He de confesar que he barajado la posibilidad de escaquearme del evento con una excusa piadosa, aunque sospecho que no sería una buena carta de presentación para un empleado advenedizo. Para estas situaciones siempre guardo un as en la manga: el vino. El vino en estos saraos es un gran aliado para permanecer incólume sin perder grandes cuotas de dignidad. Tras atizarme varias copas y las presentaciones pertinentes, proceden a sentarnos en mesas de 6 y de 8 comensales. Compruebo que  mi mesa es de 6, pero 2 de ellos parecen no haber asistido. Uno es Rafa Caruncho. Se largó de la compañía hace escasos tres días. Probablemente era la persona más capacitada de la empresa. Era además persona culta y de conversación amena. Se fue porque los empleados achacaban que había ido escalando en la empresa debido a favoritismos, cuando no fue más que por su acreditado talento. Sufrió toda clase de ataques y vejaciones. Ya saben que el deporte nacional es la envidia y la gente no soportaba ver como se había hecho con un puesto de directivo en tan poco tiempo. Rafa tiene 32 años. Es muy joven. Me confesó que iba a montar una “start up” por cuenta propia. Seguramente sea una idea brillante. Es una lástima que no vaya a disfrutar esta noche de su compañía, pero me alegro mucho por él y por la determinación que ha demostrado, una vez más. Al segundo comensal aparentemente ausente apenas le conozco, en su día no me causó una buena primera impresión. Cuando evidenciamos que no ha acudido a la cita, empieza a caerme mucho mejor. Alejandra Villalonga, Martín Casillas y Beltrán Rivero completan el resto de la mesa.

Martín lleva unos 20 años en la empresa. Es uno de los más veteranos y está al borde de la jubilación. Es persona pazguata y bobalicona, muy popular en la empresa, aunque aún desconozco en qué consiste su labor en ésta. Siempre se pasea por la oficina con el diario Marca bajo el brazo y un aspecto algo desaliñado, haciendo chascarrillos con el personal. Martín es un mediocre que no se sabe mediocre. No conoce su desdicha. En su rutinario acomodamiento está satisfecho; no gusta de explorar nuevas sensaciones, descubrir nuevos placeres. Nunca pone pasión en lo que hace, si exceptuamos la porra de la jornada liguera que todos los viernes religiosamente recolecta. He de decir favor de Martín que también es un ser enormemente amable. En su fingido buenismo, siempre abraza la más perversa corrección política. Es de los que dicen “trabajadores y trabajadoras” por no herir sensibilidades. Martín por tanto representaría el modelo de “mediocre medio” un modelo muy imitado y extendido en estas latitudes, donde se aplaude la estulticia vernácula y se eleva al imperativo categórico de virtud nacional. Balzac dijo que la mediocridad no se imita. Pero vaya, si se imita… En España quien no acata este imperativo y escoge el camino de la excelencia corre el riesgo de “exponerse”. El mediocre opta por otra vía: la de “esconderse”. Esto ya lo explicó muy bien Ortega en La Rebelión de las masas.

Beltrán es un mediocre militante, un mediocre de carnet. Lo lleva en su ADN. Probablemente empezó a revelar síntomas de mediocridad a edades muy tempranas y, denodadamente, permaneció estancado en un letargo e imbecilidad crónica irreversible, pasado el umbral de la adolescencia. Beltrán es un tipo de unos 45 años, con buena planta, elegante, estirado, chuleta, fanfarrón, impertinente y maleducado. Siempre tiene opiniones para todo, opiniones de una mediocridad insultante. Tiene un puesto importante y bien retribuido como AnalyticManager, y es un auténtico déspota con sus subordinados. Es amigo de la difamación y la crítica puramente destructiva, como mecanismo de supervivencia. En las interminables comidas con clientes, gin tonic y puro en ristre, se recrea al  proferir arbitrarios ataques ad hominen sobre cualquier sujeto. Es destacable la aversión que siempre ha profesado a Rafa Caruncho. Dicen de Beltrán, que es el soltero de oro de la empresa. Si fuese mujer yo no lo aceptaría ni cómo premio de consolación. Lo que no deja de llamarme la atención, es que tengo la sensación de que a Beltrán le he caído en gracia. En cierta ocasión, contemplé con estupor como dirigiéndose a mí, comentó delante del consejero delegado: “Leopoldo, esto te va a encantar, porque tú y yo somos del mismo estilo…”. ¿Del mismo estilo? ¡Pero si Beltrán encarna todo lo que aborrezco!

Alejandra. Ay, Alejandra… Alejandra parece una ninfa acuática o una sirena. Digo esto porque probablemente haya adquirido la habilidad de hablar debajo del agua, sumado a unas curvas que cortan la respiración. Alejandra es el perfil de mediocre que lleva su mediocridad y su ignorancia a gala, manifestándola urbi et orbi. Un perfil muy abundante la España de “la Esteban”, y “la Pantoja”. Lo único que no es gris en Alejandra es su innegable belleza. Sin embargo en su belleza está su condena. Alejandra no llega a los 30. Su marido seguramente sea un mediocre de órdago, un auténtico mentecato,  porque cualquier persona cuerda y sensata debería abrazar tendencias suicidas compartiendo lecho con degradante e ignominiosa majadera.

Comienzan a desfilar los primeros platos ante nuestra atónita mirada.

– Beltrán: Mmm… Este plato tiene una pinta exquisita.

– Martín: A ver… “Sinfonía de mar y montaña: Carpaccio de pulpo con guarnición crocante de panceta, puerro y esferificaciones de remolacha perfumada con tuber melanosporum, napado con emulsión espumosa de fumé de cigala y vinagre de manzana”. La verdad es que el plato parece de lo más interesante.

– Alejandra: ¡Que plato tan apetecible y divertido! ¡Me encanta! ¡Es la bomba! Yo la verdad es que no cocino nunca, pero me divertiría todo aprender la receta. Una vez en el viaje de novios comí un plato parecido y me chifló. Mi marido y yo fuimos a las Islas Griegas, aunque no recuerdo en que isla lo probé. ¿Tú qué opinas Leopoldo?

Tardo en contestar. En realidad no veo nada de diversión en el plato que me han servido. Me pregunto cómo le ha podido encantar el plato a Alejandra sin todavía probarlo. También me viene a la cabeza un capítulo del genial Tratado de las Buenas Maneras de Alfonso Ussía en el que advierte sobre la emergente cursilería de adjetivar a todo “divertido” e “interesante” a lo que nada tiene de divertido e interesante. No recuerdo ningún capítulo dedicado a la expresión “la bomba”, pero bien hubiese merecido uno. Procedemos con la degustación. Disimulo mis arcadas ayudándome del vino. Omito mi juicio sobre el plato e intento alargar la conversación de las Islas Griegas…

– Yo: ¿Te gustaron las islas griegas Alejandra?

– Alejandra: Sí, mucho. La que más me gustó y en la que más tiempo pasamos fue Santorini. El resto no recuerdo bien el nombre pero eran todas la bomba, la verdad.

– Yo: Santorini es una maravilla de la naturaleza. Yo estuve hace tiempo. Es una isla mágica. Muchos expertos sospechan que es la Atlántida de la que habló Platón…

Me pregunto si alguien de esta mesa ha oído hablar remotamente de La Atlántida cuando soy sorprendido por Beltrán…

– Beltrán: ¿La Atlántida? El otro día echaron un documental en la 2. Menudo rollo la historia que se traen. Pero a ti, Leo, te encantarán estas cosas ya que eres arquitecto y escribes artículos sobre estos temas…

– Alejandra: A mí lo que me gustó mucho fueron las playas y las vistas desde la terraza. Mi marido se empeñó también en hacer turismo y  mi la verdad es que me aburre un poco lo de ver ruinas y pedruscos. Ya tuve bastante mi último día en Atenas. Además hacía un calor horrible. Por cierto Leopoldo, ¿Dónde has estado en verano que se te ve con buen color?

– Leopoldo: Pues estuve con mi mujer y mis dos hijas en Italia. Pasamos unos días en Bolonia, una semana en Florencia y luego alquilamos un coche y recorrimos La Toscana.

– Alejandra: Yo nunca he estado en Italia pero me han dicho que Florencia se ve en una mañana…

La conversación empieza a derivar en una serie de frases hechas, de lugares comunes, de ideas recibidas, de manoseadas cantinelas pueriles. Los mediocres siempre se alimentan de este tipo de locuciones. Nunca les oirás decir nada original. En su vacuidad reside su falta de originalidad. Martín permanece callado. Se ve que la conversación le incomoda. No creo que  Martín haya salido nunca de España. Y no porque su economía se lo impida. Si le preguntas probablemente se excusaría con razonamientos del tipo: “La verdad es que a mí no se me ha perdido nada allí…”. Martín es de esos tipos que sólo se sienten cómodos hablando de fútbol y es entonces, a mi pesar, cuando la conversación cambia de rumbo.

– Beltrán: Entonces, Leopoldo,  dices que estuviste en Reggiolo… Me suena que ahí nació Carlo Ancelotti.

Desconozco la respuesta, cuando rápidamente irrumpe Martín…

– Martín: Exacto Beltrán. Buena observación. Ahí nació el Mister. Aunque no me hables de Carletto que contento estoy con él. El fue el culpable del declive de Casillas. Y ya sabes, yo tengo un apego sentimental con él. Compartimos apellido y para colmo tengo el honor de que ha puesto a su hijo el nombre de Martín. De coña, ¿Verdad?

¿De coña? De coña es que a Martín se le haya grabado a fuego el origen del entrenador a fuerza de leer las clónicas columnas de la sección deportiva. De coña es que le apode “Carletto” cómo si le uniese una larga amistad con el “mister” (maldita expresión) del Real Madrid.  La conversación deriva en un cara a cara entre Beltrán y Martín. Que si Benzemá, que si Toni Kroos, que si Bale juega mejor por la izquierda… Beltrán defiende sus argumentos con vehemencia. Alejandra le mira con ojitos. El tema me parece de lo más tedioso. Me distancio y les observo. Pienso en sus  huecas e insignificantes vidas. ¡Cuánta mediocridad!

 

 

Relato finalista premiado en el VI concurso literario de antiguos alumnos de Nuestra Señora del Pilar. Categoría de Relato Breve. Jurado compuesto por por Luis Alberto de Cuenca,  Fernando Sánchez-Dragó y Juan de Isasa.
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