Una aproximación al ideario político de Tolkien

El ideario político de John Ronald Reuel Tolkien es una de las grandes incógnitas entre los entusiastas de su obra y de su figura.

J.R.R. Tolkien en 1955

La incógnita: entender el pensamiento de Tolkien

Es aquí donde muchos se detienen, en desentrañar las posiciones políticas de un hombre de pensamiento complejo. Contemporáneos, correspondencia y demás suelen dar indicios para tomar algunas aproximaciones, sin que pequemos de concluir apresuradamente. Veámoslo de esta manera: este artículo se propone una labor interpretativa, analítica, no establecer juicios ni palabras finales sobre el tema. No somos biógrafos, ni expertos en la figura de Tolkien.

Tolkien sobre la tiranía

Tolkien es lo que se podría considerar un hombre de tradición occidental. Es decir, un hombre formado bajo las tradiciones y usos de lo que Dalmacio Negro denominaría la única civilización liberal en la historia; esta es, la europea (Negro Pavón 2001, 320). En este mismo sentido, diría Heidegger: «la cultura occidental descansa en el diálogo». (Negro Pavón 2010, 37). La libertad es el gran problema en Europa y a ésta cuestión no fue Tolkien ignorante, tomando en cuenta sus opiniones sobre el ejercicio del poder y la tiranía.

Tiranía, en su sentido clásico, es lo que Aristóteles describió como «la monarquía que atiende al interés del monarca» (Aristóteles 1988, 172). Tomás de Aquino, siguiendo al filósofo, sugiere que «además de esto el gobierno se hace injusto, en cuanto se aparta del bien común de muchos, y se busca el particular, de quien gobierna; y así cuanto se apartare más del bien común, tanto será más injusto […] y así el gobierno del Tirano es injustísimo». (Aquino 1786, 8).

En resumen, la tiranía —clásica o contemporánea— es la injusticia hecha gobierno, ejercida por uno, pocos o muchos y fuera de ser un ejercicio político, de lo político, es sólo el querer adquirir el poder y conservarlo. Es lo que ha querido decir San Agustín de Hipona: que los reinos sin justicia no son diferentes a partidas de bandidos.

Gondor, Denethor y Sauron

La tiranía es indeseable y lo evidencia que Tolkien lo trasladara a su obra. Por esta razón, refiriéndose a la misión de Frodo Bolsón de destruir el Anillo Único y acabar con el mal en la Tierra Media, dice: «me resulta caro que el deber de Frodo era «humano», no político. Naturalmente pensó primero en la Comarca, puesto que sus raíces estaban allí, pero la empresa tenía por objeto no la preservación de esta o aquella política, como el aspecto republicano o aristocrático de la Comarca, sino la liberación de una maligna tiranía de todo lo «humano», con inclusión de los «orientales» que eran todavía servidores de la tiranía» (Carpenter 1993, 365).

En esa misma carta, a partir de un excelso dominio de la literatura política, expresa que «Denethor estaba teñido de mera política: de ahí su fracaso y la desconfianza que sentía por Faramir. Para él había llegado a ser un motivo primordial la preservación de la política de Gondor tal como era, en contra de otro potentado que se había hecho más fuerte y debía ser temido y en contra del cual era preciso luchar por esa razón y no porque fuera implacable o malvado. Denethor despreciaba a los hombres menores, y se puede tener la seguridad de que no distinguía entre los orcos y los aliados de Mordor. Si hubiera sobrevivido como vencedor, aún sin la utilización del Anillo, habría dado un gran paso para convertirse él mismo en tirano» (Carpenter 1993, 365).

Incluso cuando se pretende el interés del reino, amparándose en un supuesto bien común que tiene más de razón de Estado, es posible degenerar en la peor de las tiranías porque, al final, de lo que se trata es de conservar el poder y de cómo quitárselo a otros. En esta fórmula no cabe moral, ni juez, ni árbitro, ni Dios. Sólo el poder.

Sauron, el tirano

Está claro que Tolkien rechazó que su obra fuera estrictamente política o el haber hecho alegorías políticas concretas pero es imposible negar que hay política en su obra, por más que esta no tuviese carácter central en la obra. Como ya se sabe, la centralidad de su obra es Dios y el «derecho exclusivo al divino honor» o, como ha dicho en otras cartas, una alegoría a la vida y a la muerte. Sauron no solo ha excedido a los tiranos humanos, como señala Tolkien a Mitchison, en orgullo y sed de dominio sino que ha querido hacerse Rey-Dios, ha querido apodarse de todo lo material aun cuando él es, esencialmente, un ser de naturaleza angélica. Esto es, un espíritu.

Sauron es un caído, un ser despreciable y vicioso que se ha llenado de soberbia y ha querido ser como el Creador pero sin capacidad de creación, puesto que sólo puede emular o corromper. Lo que ha dicho la teología por siglos: el demonio tienta, actúa sobre otros. Sauron no habría sido nada sin sus legiones de orcos y hombres oscuros, no habría podido lanzarse al azote de la Tierra Media sin todo el mal desatado, sin sus lugartenientes ni generales. Sauron, dice Tolkien, «representa una aproximación tan cabal cómo es posible a una voluntad por entero mala» porque, insiste, «había seguido el camino de todos los tiranos». A nuestro juicio, son los tiranos los que han seguido el camino de Sauron porque Sauron es la personificación del Mal.

Tolkien y la democracia

La democracia es para el filósofo una desviación, una forma en la que todos somos soberanos. La ventaja numérica es del pobre, pues suele ser él el grueso de la población. (Aristóteles 1988, 172-174). El Aquinate, por otro lado, sostiene que si «el mal gobierno se ejercitase por muchos, se llama Democracia, que quiere decir Potentado del pueblo, que es, cuando la junta de los plebeyos por su muchedumbre oprime a los más ricos , y entonces todo el pueblo será como un solo tirano». (Aquino 1786, 8-9).

En relación a la democracia, es ilustrativa una carta que dirige a su hijo, Christopher Tolkien, el 18 de diciembre de 1944. En ella, califica de poco sinceras, y hasta producto de la ignorancia, las palabras de Anthony Eden en la Cámara de los Comunes sobre Grecia, para entonces en una guerra civil en la que los británicos tomaron bando. Dice Tolkien: «el señor Eden expresó dolor el otro día en la cámara ante los acontecimientos de Grecia, «la cuna de la democracia«. ¿Es ignorante o insincero? δημοκρατία no era en griego palabra de aprobación, sino un equivalente casi de «gobierno del populacho»; y él desdeñó mencionar que los filósofos griegos —y mucho más es Grecia la patria de la filosofía— no la aprobaban. Y los grandes estados griegos, especialmente Atenas en la época de más pleno poder y capacidad artística, eran más bien dictaduras, ¡si no monarquías militares como Esparta! y la Grecia moderna tiene tan poca conexión con la antigua Hélade como la tenemos nosotros con Bretaña antes de Julio Agrícola». (Carpenter 1993, 174).

Tolkien, monarquista

Siguiendo a Scarf, el monarca absoluto es una idea central en El Señor de los Anillos. El monarca, según esta concepción, es viceregente o lugarteniente de Dios. En el borrador de una carta de 1963, describiría a su monarca ideal como un monarca con el poder de decidir sin ser cuestionado. (Scarf 2013, 115).

La monarquía como institución legítima, divina y ancestral juega un papel importante en la Tierra Media. Así, por ejemplo, Aragorn II, el verdadero rey de Gondor, es un héroe que está destinado a traer paz y justicia a su reino. Tolkien en este ámbito no ha hecho más que ambientarse en la mitología de tradición anglosajona y cristiana (Scarf 2013, 145), donde la monarquía es, en pocas palabras, la que funda la nación y constituye todos los lazos comunes entre los ingleses. Esta misma función institucional ejerce en el legendarium, pues es la monarquía una forma revelada para ordenar la Tierra Media. Según esta visión de Tolkien sobre la monarquía, Aragon se muestra a sí mismo como el verdadero viceregente del rey arquetípico, Ilúvatar, en donde él es indudablemente monarca y asiente, manda y actúa de acuerdo a su ley divina. (Scarf 2013, 157).

Estado, monarquía inconstitucional y figura personal del rey

Para muchos será familiar la carta de 1943, misiva dirigida su hijo Christopher, donde J.R.R. Tolkien sentencia que sus opiniones políticas están más inclinadas al anarquismo (sic). Sin embargo, la interpretación política de esta carta no acaba aquí. No podemos, por el simple hecho de utilizar el término anarquismo, encasillarlo dentro de un sinfín de corrientes políticas que, como sabremos apreciar, son totalmente distintas a todo lo que ha defendido el escritor inglés.

«Mis opiniones políticas se inclinan más y más hacia el anarquismo (entendido filosóficamente, lo cual significa la abolición del control, no hombres barbados armados de bombas) o hacia la monarquía «inconstitucional»» (Carpenter 1993, 103). El término «monarquía inconstitucional» deja mucho más claro el sentido de su afirmación.

Partamos de lo siguiente: inconstitucional, en un sentido político, no sería solo aquello que es ilegítimo por no ajustarse a lo normativo, a lo constitucional, sino aquello que es preconstitucional; por lo que no es difícil interpretar que Tolkien está refiriéndose al reino como forma política y a la monarquía como forma de gobierno o de mando, como familia de familias, en la que el reino está unido por el lazo familiar y personal del rey; en donde el rey no está representado por nadie más, ni es la nación un cuerpo ni tampoco el pueblo tiene el potentado de la soberanía. Esto es lo que dice el profesor Álvaro d’Ors: «la auténtica monarquía supone el gobierno, no de un pueblo por un rey, sino de un conjunto de familias por una familia» (d’Ors 1960, 35) o, con similar fin, lo dicho por Miguel Ayuso: «la monarquía como forma política no es otra cosa que la continuidad de una sociedad, que está constituida por familias, a través de la continuidad de una familia, la familia real, que simboliza y actualiza la continuidad de todas y cada una de las familia (Ayuso 2015, 400).

En la misma carta, dice: «arrestaría a cualquiera que empleara la palabra Estado (en cualquier otro sentido que no fuera el reino inanimado de Inglaterra y sus habitantes, algo que carece de poder, derechos o mente) […] Gobierno es un sustantivo abstracto que significa el arte y el proceso de gobernar, y debería ser un delito escribirlo con G mayúscula o referirlo a la gente». (Carpenter 1993, 103).

En el Occidente es posible notar que hay una sucesión de formas histórico-políticas como la polis, la basilea helenística, la Urbs romana y la Civitas christiana. Desarrollando la idea, hay que decir: las formas políticas son tipologías o conceptos abstractos del orden político (Negro Pavón 2010, 41). Dentro de éstas, encontramos las naturales y las espontáneas; mientras que el Estado es una forma artificial de lo político, y véase el razonamiento de Tolkien al respecto, las naturales u orgánicas son aquellas que se han dado de acuerdo a la razón natural y la costumbre. Verbigracia: la ciudad, el reino y el imperio (Negro Pavón 2010, 42).

La tesis del Estado como fenómeno contingente, moderno y artificioso es la que nos puede ilustrar para entender las palabras de nuestro caballero inglés, puesto que él mismo revela un desprecio por la interpretación estatalista de la política y acude a lo tradicional, a lo verdaderamente inglés: el reino como forma política, la monarquía como forma de gobierno y la estatalidad, puesto que no existía nada como un aparato técnico con una burocracia omnipotente en la Inglaterra anglosajona (a diferencia de la anglonormanda), católica y medieval. El rey ejerce su potestad regia con las limitaciones de una nobleza local, la autoridad, a su vez, es ejercida por la iglesia en comunión con el obispo de Roma y hay una compleja red de cuerpos intermedios que funcionan armónicamente.

Las monarquías, no obstante, se estatalizaron y sufrieron una evolución en la que el instrumento estatal finalmente absorbió el orden tradicional, acabando con cualquier unidad armónica entre cuerpos intermedios y el poder político. En palabras de Dalmacio Negro, «[…] el trabajo de las monarquías bajomedievales consistió en concentrar todo el poder político disperso apoderándose de él para justificar su superioridad. El poder lo depositaron finalmente en el Estado, una propiedad suya. Gracias a la concentración estatal del poder, las monarquías se independizaron del pueblo, que, por el contrario, empezó a depender de ellas» (Negro Pavón 2010, 124).

Palabras finales

Difícil travesía la de desentrañar el pensamiento de un difunto, tan solo valiéndonos de cartas, memorias, anécdotas y testimonios. Poco podemos saber pero no deja de ser una labor interesante la de investigar las posiciones, o más bien opiniones, políticas de un hombre tan ilustre como Tolkien.

¿Qué sabemos? Sus posiciones monárquicas, su catolicismo y su calidad de practicante, su desprecio por las formas políticas contemporáneas y, en general, el advenimiento del mundo moderno industrial y secular; la antítesis de la cristiandad. Está claro que nos encontramos ante un católico auténtico, fiel a sus principios y temeroso de Dios. Si era tradicionalista, conservador, etcétera, no lo tenemos claro. Él, en sí mismo, era un enigma.

Era un hombre brillante, símbolo de una era y de un género literario. Fuera del ámbito literario, como un rostro de las letras en el mundo anglosajón, también contemplamos un académico honesto, experimentado y de gran trayectoria. Filólogo de profesión, profesor universitario, catedrático, ¡no hay manera de ignorar sus luces! Recuerda su biógrafo que Tolkien «pasaba tiempo ocupado con los lenguajes, los históricos y los inventados». (Carpenter 1990). Su genial figura no pasa desapercibida por la historia.

Bibliografía:

  • Aristóteles. 1988. Política. Madrid: Editorial Gredos, S.A.
  • Aquino, Tomás. 1786. Tratado del gobierno de los príncipes. Madrid: Imprenta de Benito Cano
  • Ayuso, Miguel. 2015. Las formas de gobierno y sus transformaciones. Verbo 535-536: 386-406
  • Carpenter, Humphrey. 1990. J.R.R. Tolkien. Una biografía. Barcelona: Minotauro
  • Carpenter, Humphrey. 1993. Cartas de J.R.R. Tolkien. Barcelona: Minotauro
  • d’Ors, Álvaro. 1960. Forma de gobierno y legitimidad familiar. Madrid: Ediciones Rialp
  • Negro Pavón, Dalmacio. 2001. ¿Qué Europa? ¿Qué España?. Anales de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas 78: 319-360
  • Negro Pavón, Dalmacio. 2010. Historia de las formas de Estado: una introducción. Madrid: El Buey Mudo
  • Scarf, Christopher. 2013. The ideal of Kingship in the Writings of Charles Williams, C.S. Lewis, and J.R.R. Tolkien: Divine Kingship is Reflected in Middle-Earth. Cambridge: James Clarke & Co
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